Una vez que salió de la Sala de los Pactos, frey Kaistos se encaminó a su laboratorio. No había entendido nada: primero, por lo que le habían dicho, le iban a hacer preguntas, pero la realidad es que no le habían hecho ninguna; segundo, estaba aquel chambelán que no le había causado ninguna buena impresión; y tercero, había visto que tenía buena relación con frey Sabelior. Y para terminar, el mensaje del Abad.
Sin que se diera cuenta, el perro le había seguido. Había salido detrás de él en silencio y después de encaminarse detrás de él por el segundo piso del patio, subieron ambos las escaleras hacia las habitaciones de la torre. Al cabo del rato, ambos sintieron que Awlin se les había sumado y, cuando habían llegado al primer piso de la torre, vieron que la puerta estaba abierta y había alguien esperándoles dentro.
Al abrir la puerta, a Frey Kaistos se le iluminó la cara: era un viejo conocido, uno de sus compañeros del Gran Monasterio de Os.
- Arturiano, ¡qué alegría volver a verte! - se dieron un fuerte abrazo. Arturiano, de mediana estatura, rubio y delgado, no había hecho votos, sólo había estudiado y posteriormente, se había dedicado al comercio. Se había casado y tenía ya 4 hijos. Se escribían con regularidad pero desde que el monje había abandonado Os no habían vuelto a verse. Era lo que cualquiera llamaría un ratón de biblioteca. Siempre le habían encantado los juegos de palabras y los mensajes cifrados, aunque a decir verdad siempre lo habían sido sólo como pasatiempo.