Frey Kaistos sabía que, aunque se diera prisa, no iba ya a poder evitar nada de lo que alguien había planeado cuidadosamente. Estaba claro que alguien sabía cómo funcionaba aquel templo y también el monasterio, pero lo que no entendía es qué había podido alguien querer allí. No eran sus experimentos, porque ni siquiera había intentado ir al monasterio, así que habría que saber qué había en el templo que había motivado el ataque.
Salió del departamento con el inmenso perro al lado y tomó el camino que le llevaría a una puerta lateral del templo utilizada sobre todo por los monjes para sus actos religiosos en comunidad.
Oyó un ruido extraño y se volvió: venía del palomar. Significaba desviarse de su objetivo pero no veía a nadie a quien pudiera mandar a ver qué estaba pasando así que se volvió y echó a correr hacia la puerta del pequeño edificio donde los monjes (más bien, los hermanos que aún no habían jurado los 4 votos: pobreza, obediencia al Abad, castidad y fidelidad al Sumo Prior) criaban las palomas que entrenaban para la comunicación. La puerta estaba entreabierta y de allí salía una luz verdoso amarillenta que extrañó al monje e hizo ladrar furiosamente al perro.
Abrió la puerta y encontró un huevo gigantesco, casi le llegaba a él al hombro y cubierto de unas escamas extrañas. Era evidente por qué ladraba el perro, lo que no sabía era cómo moverlo, porque evidentemente había que sacarlo del palomar.
Se fijó entonces que había recostado en una de las paredes un tablón que iban seguramente a clavar en esa pared, donde había un espacio vacío. Lo cogió con cuidado y lo usó de palanca para sacarlo del palomar, pero tenía que hacerlo despacio porque se podía romper y no creía que aquél sitio era el mejor para que algo así pasara.
A la luz de la mañana, el monje miró atentamente el huevo y constató que parecía que fuera a partirse en cualquier momento. Entendió la intranquilidad y los ladridos del perro. Miró atentamente al can, negro como la noche, musculoso y sosegado, aunque seguía olisqueando el huevo mientras daba la vuelta a su alrededor. Sí, aquel perro era valiente y fuerte pero necesitaban alguien mucho más rápido si lo que hubiera dentro salía: tenía una ligera idea de lo que había dentro y aquello se correspondía con el peligro que venía considerando desde que vio a Lasánides. Necesitaba avisar al resto de los monjes para que no se aproximaran por allí, excepto algunos que pudieran ser de ayuda.
Claro, también podían destruir el huevo pero necesitaba alguien fuerte, realmente fuerte. Las cáscaras de huevo de una serpiente del desierto de Anahay eran fuertes y duras, tanto que había quienes la usaban de tejado, pero entendía que aquel era especialmente grande. Por supuesto, el monasterio tenía vacas, algún toro y bastantes caballos y burros pero estaban lejos, en la puerta trasera del monasterio de forma que sus habitantes pudieran salir de viaje sin molestar ni al templo ni al resto de los habitantes y fieles del complejo.
En su ensimismamiento no había visto al hermano Tunadros que venía hacia él con su martillo de la herrería en un hombro. Quizás él era la solución.
- Frey Kaistos, buenas mañanas- dijo sonriendo, pero la sonrisa se le quedó helada en la boca cuando vio el huevo-, ¿qué demonios es eso?
- Hermano Tunadros, por favor, ese lenguaje. Es un huevo de serpiente del desierto de Anahay. No sé cómo habrá llegado hasta aquí, pero si hay alguna ya podemos prepararnos: son gigantes. El huevo es especialmente grande: nos podemos ir haciendo a la idea del tamaño de la serpiente que lo ha puesto.
-¿Qué debemos hacer?
-O retirarlo de aquí o destruirlo. Pero no sé cómo vamos a moverlo ni a dónde.
-Así que hay que destruirlo.
-Ten cuidado, no sabemos en qué estadio está lo que hay dentro.
-Hmmm, entiendo.
Blandió el martillo y fracturó en dos el huevo. Un líquido maloliente verdoso y amarillento salió disparado y manchó el manto del hermano comenzando a deshacerlo, por lo que el hermano se vio obligado a quitárselo quedándose únicamente con el clarmor sujeto por una cinta de cáñamo. Aún así, en la parte de los pectorales y en los muslos el líquido había penetrado el manto y tenía afectada la piel.
-Vete a la enfermería, de inmediato. Dile al enfermero que te ha saltado veneno de serpiente del desierto de Anahay que te ponga el ungüento que le he enseñado. Venga, venga...
Cuando el grandullón se fue de allí camino de la enfermería, se fijó en la cría de serpiente que ya nunca viviría: era más grande que él. Si había dejado uno, podría haber dejado más. Y aquél complejo era inmenso. Pero era muy raro: si una serpiente así se hubiera dejado ver, alguien la habría visto.
Sólo entonces miró al perro y dijo:
-Nos hemos entretenido mucho aquí. Tenemos que ir al templo. Nos tenemos que preparar para lo que haya allí.
El perro le miró tranquilo, con la lengua fuera y ambos comenzaron a andar rápido hacia la entrada del templo. Se empezaba a oír el ajetreo en los pasillos y pronto iban a empezar a bajar a la sala comedor.
Miró al estanque que había prácticamente en la mitad de aquel patio y luego miró hacia los rosales y pudo oler su fragancia, un cambio maravilloso tras el líquido viscoso del huevo de serpiente. La luz de uno de los soles se empezaba a ver tímidamente por el horizonte y como eran ya las 6 y media, la campana tañió incansable llamando a los habitantes del monasterio al primer rezo y comida del día.
La puerta estaba cerrada. El monje presionó la manivela y sin dificultad abrió la hoja. Había un silencio extraño en el templo, el mismo que había tenido ocasión de experimentar en el departamento de Lasánides, pero aquello era aún más tétrico. Y entonces reparó en la luz: algunas velas se habían caído al suelo y otras se habían apagado pero una luz verdoso amarillento, aquella luz, se extendía y se confundía con las luces de la mañana que comenzaban a entrar por los grandes ventanales y por las luminarias de las bóvedas.
Avanzó con cuidado hacia la parte central y entonces vio una gigantesca piel de serpiente en medio del pasillo: el monstruo se había cambiado allí de piel, como para decirles a todos que había estado allí y que, por tanto, podía volver. Entonces, sintió un leve y breve toque en el hombro.
-Sí, Awlin, esto es lo que habías visto, ¿verdad?
Cuando la criatura del sótano le dio un segundo toque, entendió por qué había sentido tanto terror en los túneles. Allí, de pie, delante de aquella piel monstruosamente grande, entendió que la serpiente no estaba sola: alguien muy poderoso y mucho más maléfico que ella la había puesto a su servicio. Y todos estaban en peligro.
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Imagen del capítulo de Engin Akyurt en Pixabay.
Poco a poco vas creando todo un mundo, Mercedes.
ResponderEliminarA ver cómo nos sorprendes en la continuación.
Un fuerte abrazo :-)
Sí, de eso se trata, a ver si me da tiempo a colgar mañana el siguiente capítulo... 🖋️📖
EliminarAbrazos. 🤗
Monasterios. Que interesante, si ese veneno/acido fue la causa de la transformacion de Tunadros, voy entendiendo, Frey Kaistos quizas sabe muchas cosas, pero en un monasterio uno esta algo indefenso en caso de ser atacados por criaturas poco amistosas. Me encanta tu saga.
ResponderEliminarExactamente. Es un sitio poco propio para la defensa militar, porque nunca ha estado pensado para eso, porque estos monjes no son militares. 🤺
EliminarMuchas gracias. 👋