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Sin que se diera cuenta, el perro le había seguido. Había salido detrás de él en silencio y después le siguió por el segundo piso del patio, subieron ambos las escaleras hacia las habitaciones de la torre. Al cabo del rato, ambos sintieron que Awlin se les había sumado y, cuando habían llegado al primer piso de la torre, vieron que la puerta estaba entreabierta y había alguien esperándoles dentro.
Al abrir del todo la puerta, a Frey Kaistos se le iluminó la cara: era un viejo conocido, uno de sus compañeros del Gran Monasterio de Os.
- Arturiano, ¡qué alegría volver a verte! - se dieron un fuerte abrazo. Arturiano, de mediana estatura, rubio y delgado, no había hecho votos, sólo había estudiado y posteriormente, se había dedicado al comercio. Se había casado y tenía ya 4 hijos. Se escribían con regularidad pero desde que el monje había abandonado Os no habían vuelto a verse. Era lo que cualquiera llamaría un ratón de biblioteca. Siempre le habían encantado los juegos de palabras y los mensajes cifrados, aunque a decir verdad nunca habían sido para él más que un pasatiempo.
- Lo mismo digo, Frey. Te veo bien, aunque el trabajo te ha dejado aún más delgado que lo que recuerdo.
Frey se rió, mucho más relajado y ambos se sentaron en dos sillas que había al lado de la mesa grande donde llevaba a cabo sus estudios, llena de libros, frascos de cristal y de cerámica con diversas sustancias y mezclas. Había también insectos o distintos tipos de batracios en jarras de cristal y otros envases transparentes.
- ¿Por qué me has venido a ver?
La cara de Arturiano se nubló y Frey lo vio. Estaba muy preocupado por algo.
- Tenemos que hablar con calma. Escribí al Abad, como me recomendó Frey Calixtiano, el bibliotecario de Os, porque nos hemos enterado de algunas noticias preocupantes. Por cierto, te envía saludos: te recuerda muy bien.
- Ah Frey Calixtiano, yo también se los envío, también yo me acuerdo de su bendita paciencia con los textos y sus traducciones. A ver si nos volvemos
a ver, porque además de ser muy buena persona, tiene otros muchos
talentos. En cuanto a tu visita, no has podido venir en un momento más complicado. Este último día lo ha sido especialmente.
- Algo he oído desde que estoy aquí.
Tanto el perro como Awlin iban siguiendo la conversación. Awlin, en concreto, estaba especialmente confuso: desde hacía tiempo, sentía que algo grave iba a pasar. Cuando vio a la serpiente, pensó que eso era todo; pero, después de haber visto al que habían llamado "Chambelán" (aunque no creía que eso fuera su nombre como humano), había visto que estaba equivocado.
Ambos humanos siguieron hablando sobre otras cuestiones, diciendo que estaban esperando al Abad, ese señor bajito y con una calva muy brillante que iba siempre con un gorro que no llevaba nadie más (una especie de gorro blanco que le cubría toda la cabeza, algo que le gustaba porque no tenía que ir enseñando la calva). Alwin había concluido que ese gorro era algo especial de su cargo aunque realmente no sabía si los demás lo llevaban igual. Ahora que pensaba, había unos cuadros de anteriores abades de la comunidad, pero nunca se había fijado en los retratos: eran demasiado solemnes y le daban mucho respeto. Y tampoco se acordaba de haberlo visto en otros Abades anteriores: a lo mejor era una novedad. De todas maneras, la siguiente vez se fijaría en los cuadros.
Se fijó entonces en el recién llegado: Arturiano le había caído bien. Parecía franco y estaba claro que era amigo de Frey, pero necesitaba saber más porque, con su transformación en espíritu, había perdido la memoria de lo que le había pasado antes. Realmente no sabía qué había sido antes ni quién. Tampoco sabía si se había producido esa transformación pero, a veces, había cosas que le parecían un dejá vu, aunque no sabía por qué. Había veces que le parecía que era muy joven, mientras que otras le parecia que llevaba allí una eternidad. Como había perdido la memoria de cuándo murió, no lo sabía con seguridad: sin embargo, sí recordaba que ya estaba allí cuando los dos anteriores Abades habían llegado al monasterio.
A veces, algunas imágenes extrañas le venían a la mente: imágenes de hechos acaecidos mucho tiempo atrás y aquello hacía que aún se liara todo más en su mente (¿los espíritus tenían mente?, ya dudaba de todo...). Aquellas veces en que recordaba cosas distantes llegaba a la conclusión de que había vivido como mortal antes de que el rey sinardo Rainigen II unificase todos los territorios que, casi tres siglos después, se convertirían en lo que hoy era el Imperio.
Se deslizó hacia la ventana y miró por ella. Había algo muy intranquilizador en el ambiente: a diferencia de su encuentro con la serpiente, momento en el que había sabido enseguida por dónde venía el peligro, ahora no podía determinarlo: era difuso. Creía que no era el Chambelán, pero tampoco podía saber con seguridad si era él o existía otra causa para su intranquilidad. Pero no tenía tanto miedo desde hacía mucho... Desde luego, la monstruosa serpiente había sido terrorífica, pero el miedo ahora era por algo menos concreto. Volvió a recordar los túneles y se dio cuenta de que no había vuelto a bajar y tampoco tenía muchas ganas, cuando antes le había encantado esconderse en ellos y mover objetos y asustar a la gente. Si hubiera sido humano, se reconoció a sí mismo que estaría temblando.
Además, el hecho de que no supiera qué había pasado antes de su transformación, le asustaba aún más. ¿Quién era antes? Tampoco tenía claro si alguien sabía que estaba allí. Frey Kaistos y el perro obviamente lo sabían, pero eso no le preocupaba, sino que le tranquilizaba. También era cierto que ambos eran especiales y que los perros tenían un sexto sentido para estas cuestiones. Por ejemplo, los gatos no le habían detectado por el momento, como se pudo ver con el del túnel que acababa de cazar un ratón. Tampoco sabía cuál era la diferencia por la que bastantes perros sí le detectaban pero, hasta el momento, ningún gato había podido hacerlo.
Tampoco sabía si el Abad le había localizado o sentido alguna vez y eso le turbaba. También dudaba en los casos del Hermano Jaryon, el portero y de Lasánides, aunque en el caso de este último, pensaba que simplemente no le interesaba nada y, por tanto, incluso en caso de que le hubiera detectado, no hubiera dicho o hecho nada. El resto no tenían ni idea.
Se dio cuenta entonces de que la puerta se abría y entraba el Abad en persona. Parecía extremadamente cansado y frágil, algo que, desde luego, no parecía por la mañana. Entró andando muy despacio y apoyándose en su bastón. Siempre parecía pensativo y a él le imponía respeto: no le daba muchas ganas de reírse o de hacerle bromas, menos ahora que parecía que se iba a caer. Decidió simplemente que iba a escuchar la conversación, mientras el Abad se sentaba en un sillón verde que había cerca de la puerta.
Miró entonces a Frey Kaistos:
- Ya me he enterado de lo que ha ocurrido con Tunadros. Habrá que ver cuál es su evolución-, miró al suelo y luego volvió a mirar al Frey-. Sobre todo me ha sorprendido que el chambelán no estuviera muy interesado. Tampoco me ha querido contestar a algunas preguntas que le he hecho - movió la cabeza de un lado a otro-. Se supone que él conoce mejor que nadie lo que está pasando en la capital. Por tanto, parece que no me quieren decir lo que está pasando y eso me sorprende.
Arturiano tenía una mirada reconcentrada, cuando habló:
-"Lo que estás comentando no me parece tan sorprendente. Si tiene algo bueno el comercio es la posibilidad de hablar con muchas personas de muy diferentes procedencias. Llevo meses oyendo cosas sospechosas a las que, al principio, no presté mucha atención, pero que ahora no me cabe duda que han sido ciertas, al menos, la mayor parte de ellas. Sobre todo, me preocupan los ataques que se han ido produciendo en distintos lugares durante este último mes. Pero, a pesar de haber hablado con gente que había estado presente en esos ataques (algunos hasta damnificados por ellos), cuando he intentado hablar con las autoridades, han desviado la conversación.
El problema es que los ataques cada vez son más importantes y están mejor preparados, incluso coordinados.
A ello se une la posibilidad de que realmente se produzca un enfrentamiento entre el heredero y el resto de sus hermanos".
El Abad lo interrumpió:
- Sí, por eso he llamado a varias personas. NO sé cuánto tardará pero parece ser que están a medio camino.
Se oyeron pasos en la escalera y llamaron a la puerta: se abrió y aparecieron dos personas. Uno era el ya conocido Frey Tinodar, el hermano vigilante, encargado del orden en la comunidad que estaba en la Junta del Monasterio. El otro venía velado y tapado, era más o menos de su misma estatura pero bastante más esbelto, algo que sorprendió especialmente a Awlin: el ser velado era evidentemente distinto al resto. Y luego estaba el otro hombre: llevaba un parche tapándole el ojo y una gruesa capa por encima. Sin embargo, no le dio miedo... pero algo le decía que de las personas reunidas, el humano velado y aquel hombre alto y tremendamente fibroso eran los más peligrosos.
Entonces, sintió un golpe en la ventana: un búho de tamaño medio y de pelaje marrón, estaba volando fuera. Las simples vidrieras dejaban ver la silueta del pájaro, que se precipitó dentro en cuanto las abrió Frey Kaistos.
A Awlin casi le da un infarto... si hubiese tenido corazón. Claramente era un búho mensajero. Abrió Frey el pequeño bote que llevaba anudado a una pata y vio que llevaba un pequeño mensaje escrito con letra muy poco inteligible:
- Me llamo Andrasio y soy arquero en el Fuerte Mayor de la isla de Tandras. Estamos bajo ataque y acabo de ser herido. Que alguien nos ayude.
- Concuerda con las noticias que yo he recibido -dijo Arturiano-. Será mejor que pongamos en común todos los datos que tenemos para después tomar la decisión que entendamos mejor.
Volvieron a sentarse y el Abad dijo:
- Tenemos que empezar por el principio. Es necesario que sepamos cómo hemos llegado hasta aquí. Una vez que termine, os presentaré a los recién llegados, pero prefiero que no se sepa que están aquí salvo cuando no haya más remedio. ¿Has hecho lo que te pedí? -dijo mirando a Frey Kaistos.
- Sí, Freyo Abad, la cámara está preparada.
- Bien, si tenemos cualquier sorpresa, ya sabes lo que tienes que hacer.
Frey Kaistos no parecía muy contento pero bajó la cabeza.
- Lo sé. Lo sé.
Awlin se sorprendió: el Abad ya no parecía tan cansado y él era el primero que quería saber toda la historia anterior. Aunque dudaba que le indicara quién era él en realidad, seguramente añadían algún otro dato para poder llegar a saberlo.
- Tenemos que remontarnos a tiempos muy pretéritos: mucho antes de que naciera el emperador recientemente fallecido, Toringen III...
Awlin miró por la ventana: aquello iba a ser largo, pero si quería saber más, inevitablemente iba a tener que oírlo... Además, el Abad era conocido por contar muy bien las historias. A lo mejor ¡hasta tenía sentido del humor!
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