Foto de Pexels. |
La puerta lateral se volvió a abrir y entró un soñoliento hermano portero seguido de otros dos hermanos muy jóvenes que acababan de llegar al monasterio. Aún no tenían muy claro todos los horarios y quehaceres, por lo que les habían dado, como era costumbre, las tareas más fáciles. Una de ellas era ayudar al hermano portero a abrir el templo por la mañana y cerrarlo por la tarde, así como a mantenerlo en orden durante el día.
Frey Kaistos, consciente del efecto que la escena que tenían delante podía causar en seres impresionables, poco viajados, menos experimentados y medio dormidos, les dio el alto. Tenía que avisarles, pero sobre todo, alguien tenía que ir a avisar a los monjes que constituían la llamada junta que gobernaba aquel lugar: el Abad, el monje tesorero, el monje primer bibliotecario y el monje curadario, el encargado de los establos y otros animales, incluidos las palomas y los búhos. A todos ellos se añadía el hermano vigilante, encargado del mantenimiento del orden en la comunidad, no sólo entre los que vivían en el monasterio sino también con los fieles y otros visitantes. El Abad mantenía su suprema autoridad sobre todos ellos, pero aún así, al Abad, al menos a este en concreto, le gustaba oír a los demás y tomar la decisión que fuera, estando seguro de la decisión tomada. Quizás aquello alargase la toma de decisiones pero prefería ser prudente, en especial en cuestiones complicadas. Al fin y al cabo, todos en el monasterio dependían de que las decisiones que se tomaran fueran las correctas. Incluso los fieles y los monasterios y pequeños lugares de oración dependientes en su área de influencia también dependían de la oportunidad de aquellas.
Una vez que los dos más jóvenes, llamados Arbis y Eilos, salieron simplemente con el mensaje urgente de que la junta debía ir al templo, aunque no hubieran terminado de desayunar, quedaron el hermano portero, Jaryon, un hombre enjuto y bajito, que nunca desatendía sus obligaciones y poco dado a las supersticiones, con Frey Kaistos y el inmenso perro negro. La entidad, al ver al portero, se había ido a esconder a uno de los recovecos que había en uno de los relieves del techo: aquel portero carecía de sentido del humor.
- ¿Qué es lo que ha pasado?
- No sé, hermano Jaryon, algo tremendo ha ocurrido: el guardián nocturno, Lasánides, ha sido atacado por dos seres enanos que sólo puedo describir como muy raros, que le han dado un veneno que no lo ha matado de milagro. Y ahora tenemos aquí esta piel de serpiente absolutamente gigantesca que, como vemos, ha podido llegar hasta aquí: no sabemos cómo ha entrado ni qué ha venido a hacer. De hecho, hay ciertos destrozos pero no son proporcionales a su tamaño. A ello se añade el gigantesco huevo de la misma especie que esta serpiente que hemos encontrado en el palomar: lo ha partido Tunadros, el hermano herrero, pero le ha salpicado parte de su líquido viscoso y lo he mandado a la enfermería.
- Entiendo. ¿Lasánides ha mejorado?
- Sí, ese hombre es muy fuerte. Pero eso no quiere decir que no le hayan dado algo peligroso -entonces, lo miró fijamente, para que entendiera lo que le iba a decir-. Jaryon, le han dado algo, en cuya composición hay dos sustancias que no he podido determinar. Pienso en todo lo que ha pasado, al menos, lo que yo sé, porque puede que hayan pasado más cosas de las que no sé nada, y sólo me queda una duda: no entiendo por qué se han molestado tanto. Qué puede haber aquí que les interese tanto como para tomarse tantas molestias.
El portero era difícilmente impresionable, pero, aún así, las palabras del monje lo preocuparon: como científico que hacía experimentos, no era dado a las exageraciones ni a las extravagancias. Entendía su preocupación, incluso su miedo.
- Si han envenenado a Lasánides, eso quiere decir que la serpiente ha llegado por los túneles. ¿Cómo ha dejado un huevo en el palomar?
- Esa misma pregunta me la he hecho yo. Los túneles, mucho más antiguos que el monasterio, no llegan a esa parte que es mucho más nueva. Así que, o ese monstruo ha ido por el jardin a poner ese huevo o bien hay un cómplice en el convento. Cualquiera de ambas posibilidades es preocupante y coloca a esta comunidad en una situación muy peligrosa. Si ha entrado una vez, puede entrar más veces: ahora ya sabe cómo y, si esta vez, le ha sido fácil, me da escalofríos sólo de pensar qué hará la próxima vez.
- Estoy de acuerdo. Hay pocos cerrojos que puedan resistir a una serpiente de este tamaño -añadió, preocupado-. ¿Qué crees que le pasará a Tunadros?
- Ni idea, no soy especialista en ese tipo de líquidos, pero teniendo en cuenta el color y el olor y, sobre todo, que es tremendamente corrosivo, habrá que ver qué evolución tiene. He mandado que le den un ungüento que hemos hecho pero no lo he probado antes y no sé si funciona o si, por ejemplo, pudiera no ser efectivo en este caso o, aún peor, tener efectos secundarios. Me lo ha mandado un colega con el que coincidí en Os y, según él, funciona. Me hubiera gustado probarlo antes de usarlo con nadie pero me llegó hace menos de un decenil (1) y he estado ocupado con otras cosas porque no me podía imaginar que esto fuera urgente.
- Veremos cómo evoluciona esto -se volvió y miró a Frey Kaistos-. Necesitaría saber vuestras conclusiones, quiero saber a qué nos vamos a enfrentar en las puertas en las próximas semanas.
- Jaryos, sea lo que sea lo que decidan, de lo que me entere, te voy a tener al corriente. No nos puede coger desprevenidos, porque volver, va a volver. No sé si el mismo ser o será otro distinto, pero no van a parar hasta encontrar lo que buscan.
El portero acarició la cabeza del perro, mientras decía:
- Mal aspecto, muy mal aspecto tiene esto. Me voy a abrir la puerta trasera y a mandar a alguien para que salga y hable a los que están fuera. Tendrán que esperar a que podamos abrir.
Salió del templo echando un último vistazo a la gigantesca piel y Frey Kaistos y el inmenso perro volvieron a quedarse solos dentro. El monje se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y comenzó a rezar las oraciones de la mañana, mientras Awlin, muy desconfiado de lo que fuera a pasar a continuación, salía de su escondite pero quedaba lejos y de nuevo escondido en otro orificio a ras de suelo. El perro ni se inmutó, tumbado como estaba con la cabeza sobre una de las patas delanteras, se estiró un poco más, sabiendo que la espera iba a ser un poco larga. Así estaban cuando los miembros de la junta, bastante enfadados por haberse tenido que levantar mientras tomaba el desayuno, se presentó en el templo.
El Abad, que conocía a Frey Kaistos y le apreciaba después de largas conversaciones sobre cuestiones diversas que le habían entretenido y distraído bastantes tardes de la estación más fría cuando poco más se podía hacer, suponía que había pasado algo gravísimo. Pero no todos estaban conformes con la confianza del Abad. En particular, y en primer lugar, se oponía firmemente al científico y lo despreciaba el monje tesorero, un hombre entrado en carnes que varias veces había tenido que ponerse a régimen porque hacía poco ejercicio llamado Frey Rilaus: no había disimulado que juzgaba demasiado elevado el coste de alguno de los experimentos que había llevado a cabo y, especialmente, los de las obras para reconstruir tres veces su aposento en la torre. Le habían dicho que nadie podía haber previsto los resultados desfavorables de determinados experimentos, pero estaba convencido de que el científico disfrutaba viendo cómo se le hinchaba la vena que tenía en la frente cada vez que le informaban del coste de una nueva reparación.
Tampoco apreciaba mucho al científico el monje primer bibliotecario, Frey Sabelior, después de que le hubiesen dado permiso para poder comprar algunos volúmenes para su aposento que, aunque no se habían destruido, no bajaban nunca a la biblioteca común y había que subir todas las escaleras de la torre sur para poder leerlos. El Abad le había dicho que esos libros no iban a ser consultados de forma regular más que por el Frey y los dos o tres monjes o hermanos que le ayudaran. Eso era cierto, pero le habían quitado esos libros a su biblioteca, aunque en puridad nunca los había tenido. Aún así, ansiaba el poder sobre los libros, incluso aunque no los fuera a leer y, en secreto, odiaba al Abad por habérselo permitido.
Había poca pérdida: en cuanto entraron, vieron al Monje sentado en el suelo orando en silencio y a pocos metros de él, en el medio casi de la gran nave la gigantesca piel del monstruo. Cualquier riña que alguno hubiera sentido que debía iniciar murió a la vista de aquello. El Abad se adelantó y con el bastón que llevaba dio suavemente a Frey Kaistos en un hombro, quien abrió los ojos y, ágilmente, se levantó del suelo.
- Entiendo que nos hayáis hecho llamar. Los hermanos, que no se han mostrado muy dispuestos a volver, algo que no me extraña, nos han dicho que habían pasado más cosas raras.
- Lamentablemente sí: Lasánides ha sido envenenado con una sustancia de la que no he conseguido averiguar qué dos ingredientes extranjeros la componen (los de aquí sí los sé y los he estudiado, por eso deduzco que son extranjeros) y, aunque ya ha recobrado la consciencia, está aún muy débil. Y, por otro lado, ha aparecido un huevo de este mismo tipo de serpiente en el palomar, que he sacado y Tunadros ha partido: le he mandado a la enfermería porque le ha saltado algo del líquido y es conveniente que le traten.
- Esto hay que tratarlo en la Junta -dijo enseguida el bibliotecario, intentando excluir al monje científico de la reunión.
Frey Kaistos no se opuso: hizo una seña al perro para irse pero fue el Abad el que le detuvo.
- No, eres el único que sabe lo que ha pasado. Podemos tener dudas que necesitan resolverse y estoy seguro que que hay gente aquí que va a necesitar que se las conteste.
- Freyo Abad -dijo inclinándose-, no me opongo a contestar las dudas que tengáis pero es mejor que habléis entre vosotros y si tenéis dudas me las preguntéis y, entre tanto, yo pueda ir al menos a por un poco de desayuno.
- Sí, quizás esa es una buena solución. Bien, aquí tampoco vamos a hacer nada nosotros, así que vamos a volver al comedor y luego vamos a ir a la Sala de los Pactos para tomar las decisiones que correspondan. Hay que ver cómo podemos limpiar esto además, igual que lo del huevo que nos has contado. Y hay que comprobar qué otros desperfectos hay, túneles incluidos.
Salieron al patio central y vieron a lo lejos un búho imperial mensajero que venía hacia ellos o, más específicamente, hacia el Abad.
- Malas noticias, seguro -dijo el hermano vigilante, bajo y fornido, Frey Tinodar, que se ocupaba de mantener el orden en la comunidad.
- Yo también lo creo, respondió el Abad, teniendo en cuenta lo que hemos visto.
El gran pájaro descendió y se posó en un gran manzano que había a unos 20 metros de la salida del templo. Después voló un poco más y entregó un rollo lacrado al Abad, que lo abrió y, después de leer su contenido, puso una cara aún más preocupada.
- Es del Gran Maestre del Monasterio de la capital imperial, Askanides. El Emperador acaba de morir, parece que sus hijos van a disputar el trono al heredero.
Habló de nuevo Frey Tinodar:
- No hay que descartar que lo que ha pasado aquí hoy no sea una parte de esa guerra en ciernes.
- La nota trae un aviso escrito de prisa y corriendo: me dice que han pasado allí cosas extrañas y que un explorador del ejército informó de que se habían hecho avistamientos de diversas criaturas gigantescas en zonas que nunca las habían visto antes. Añade ¡cuidado! escrito en mayúsculas.
Frey Litoep, el hermano curadario que se encargaba de todos los animales que vivían en aquella comunidad, añadió:
- Hay que revisar las estancias inferiores y comprobar cómo ha podido entrar. Y hay que reforzar las puertas y la vigilancia de los animales. Eso de inmediato. Después podemos empezar a hablar sobre otras medidas, porque no parece que esto haya sido un ataque aislado según la carta que acabamos de escuchar.
El Abad, pensativo, dijo:
- Tengo que contestar a esta misiva. Vamos primero a terminar de desayunar y una vez que hayamos sabido y meditado lo que aquí ha pasado, procederemos a tomar esas medidas y otras y yo a remitir una misiva a todos aquellos a quienes haya que alertar.
La comitiva continuó andando hacia el comedor: el que los soles hubieran salido e hiciera un maravilloso día no hizo que la preocupación del grupo disminuyese: incluso los más opuestos al científico, habían permanecido callados porque veían la gravedad de la situación y no podían sacar provecho de ella. El futuro, por primera vez, en muchos años, aparecía incierto: ni siquiera se sabía a qué se estaban enfrentando. Algo sí tenían claro, aunque ninguno lo hubiera expresado en voz alta: ningún hijo del Emperador tenía poder para llamar a esas criaturas.
La imagen la he tomado de aquí.
(1) diez días. No existe en español, es una palabra inventada derivada del término deceno.
Este capítulo ya puede escucharse en el podcast en Substack:
O en Ivoox.
---------
Chapter 7: The Monastery Board:
The side door opened again, and a sleepy porter brother entered, followed by two other very young brothers who had just arrived at the monastery. They were still not very clear about all the schedules and chores, so they had been given, as usual, the easiest tasks. One of them was to help the brother doorkeeper open the temple in the morning and close it in the afternoon, as well as to keep it in order during the day.
Fra' Kaistos, aware of the effect that the scene in front of them could have on impressionable, little-traveled, less experienced, and half-asleep beings, stopped them. I had to warn them, but above all, someone had to go and warn the monks who made up the so-called board that governed the place: the abbot, the monk-treasurer, the monk-first librarian, and the monk healer, the keeper of the stables, and other animals, including pigeons and owls. To all of them was added the brother watchman, in charge of maintaining order in the community, not only among those who lived in the monastery but also with the faithful and other visitors.The Abbot maintained his supreme authority over all of them, but even so, the Abbot, at least this one in particular, liked to listen to the others and make whatever decision it was, being sure of the decision made. Perhaps this would lengthen the decision-making, but he preferred to be cautious, especially on complicated issues. After all, everyone in the monastery depended on the decisions being made to be the right ones. Even the faithful and the monasteries and small places of prayer dependent on their area of influence also depended on the opportunity of the ideas people proposed.
La trama se complica, Mercedes. Seguiré pendiente del desarrollo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Sí, van saliendo más personajes. Tengo que colgar hoy y mañana algunas cositas más, a ver si me da tiempo. El fin de semana, además, tengo que actualizar las páginas del orden de lectura y de personajes que están incompletas... 🖋️📖
EliminarAbrazos. 🤗