28 junio 2024

Capítulo XXXII: El viaje hacia el puerto de Haloren

Foto de Bogdan Costin en Unsplash

Los fugitivos que habían salido de los túneles del Monasterio de Sinningen comenzaron su viaje hacia los distintos destinos que habían decidido. El príncipe Erevin se ofreció voluntario para el viaje más corto pero más complicado: el que llevaba desde el Monasterio de Sinningen hasta el puerto de Haloren, uno de los puertos donde radicaba el poderío naval del Imperio. Al principe Erevin se le habían sumado Frey Tinodar, el antiguo hermano vigilante del Monasterio y los dos novicios que parecían gemelos, Arbil y Elios. 

A ellos se les habían sumado tres duendes especialmente elegidos por el jefe duende: el primero de ellos, llamado Milwnor, era un individuo alto para su especie, muy pelirrojo y con los ojos casi grises. Llevaba unos quevedos y parecía más que un hombre de acción, una rata de biblioteca. Pero había hecho aportaciones interesantes sobre mapas y costumbres del mar (parecía tener una biblioteca en la cabeza en esos campos) y consideraron que, aunque, para ser duende era un individuo raro, debía ir en la expedición porque su conocimiento podía serles de utilidad. 

El segundo, de nombre Gutron, era ancho de espaldas, tenía unas tremendas patillas y portaba una especia de maza al hombro de forma permanente. No parecía el individuo más sociable de los duendes, pero sí era lo suficientemente experto en el manejo de esa y otras armas como para que al Príncipe le interesara que les acompañara.

Y el tercer elegido por el jefe era una duendesa joven y espabilada, que se presentó como Amulia, que hablaba varios idiomas y que, por tanto, les podía servir para entablar conversaciones con personas extranjeras en el puerto. Además, sabía usar el arco y la honda, por lo que podía llegar a ser de mucha utilidad.

La primera fase del viaje fue difícil por las condiciones del terreno. Al salir de las cuevas, tuvieron que andar por un camino por el que regularmente circulaba ganado, hasta que el mismo llegaba a la calzada que unía el Monasterio hasta la ciudad de Sinningetia. Los monjes, hartos de reclamar por los desperfectos en aquel tramo, habían ido arreglándola ellos según se producían los desperfectos. Pero, al no ser expertos, no había quedado totalmente igual el piso en algunos tramos, lo que hacía que ir deprisa a veces fuera difícil.

Nuestros viajeros iban a pie, así que la dificultad de la calzada no les afectaba porque no iban montados a caballo ni en un carro tirado por caballos u otro equino. Pero el hecho de que las caravanas tuvieran que ir despacio por los problemas del firme sí acababa afectándoles porque se producían atascos o circulación lenta en algunas partes de la vía. Lo bueno es que no iban a tener que andar muchos kms porque Sinningetia estaba a menos de tres a caballo, lo que suponía que a pie iban a tardar unos 5 andando a buen paso, pero descansando bien por las noches.

El viaje estaba siendo agradable, el tiempo había sido favorable a aquella necesaria excursión y llegaron sin novedad a Sinningetia, donde el Príncipe fue a buscar a un viejo camarada y primo lejano que sabía que les ayudaría. En unas horas, volvió con un hombre menudo con barba rala y muy muy delgado que les llevó a un monasterio a las afueras de la ciudad. Los monjes, que se dedicaban a vender los productos de su huerta, distintos embutidos y dulces variados, les dejaron un carromato, a condición de que les llevasen el cargamento, que ya tenían preparado para embarcar en un buque que se llamaba Los Siete Vientos y que saldría del puerto de Haloren en unos tres días. Vestidos los tres hombres de monjes (para los novicios no era una novedad) pasarían más desapercibidos: el Príncipe se quitó el parche del ojo, lo que hacía que fuera más irreconocible, porque, como ya le había dicho a la Orante, veía perfectamente por ambos ojos. En el carromato irían escondidos los tres duendes, lo que les permitiría observar sin ser vistos durante el viaje y en el puerto.

Foto de Florian Wehde en Unsplash

Una vez que salieron del pequeño Monasterio del arrabal de Sinningetia, comprobaron que la calzada a partir de ese punto sí estaba muy bien conservada, lo que les permitió viajar mucho más deprisa. En menos de dos días estaban en Haloren.

Desde lejos, el olor a mar se hizo claramente distinguible de cualquier otro que circulara por alrededor de los viajeros. Pero, si algo caracterizaba a la ciudad, además de su gran puerto, era su faro. Construido como recuerdo de la victoria de Gironliano IV hacía 273 años contra los llamados "pueblos del mar", se elevaba grácil sobre todos los tejados de la ciudad, permitiendo que los barcos pudieran llegar íntegros al puerto, sin perder ni hombres ni mercaderías.

El atardecer hacía aún más bella la estampa que nuestros viajeros contemplaron aquel día. Pero su belleza no les impidió comprobar que algo iba mal en aquel gran puerto del Imperio. Necesitaban entregar la mercancía que llevaban detrás, para después dedicarse a dar una vuelta por las calles de la ciudad costera. Pero para ello, necesitaban primero encontrar el barco que iba a llevarse aquella cantidad tan ingente de bienes.

Se decidió que el que mejor podía hacerlo era Milwnor, porque tenía un gran conocimiento de las cuestiones marítimas y, en pocos minutos, el hombrecito salió y se encaminó a comprobar dónde podía estar ese barco. No hizo falta mucha espera: al cabo de unos 20 minutos, regresó con un hombre de grandes bigotes e importante calvicie que les saludó efusivamente, silbó de manera muy particular y pronto aparecieron varios marineros que cogieron lo que llevaban detrás y se lo llevaron al barco. Les firmaron un paliondrado con la entrega de la mercancía y les informaron que en un mes volverían a por más productos por lo que deberían estar allí para entregarla.

Una vez que los marineros se fueron, los fugitivos salieron del puerto, pero quedaron en seguir investigando aunque tuvieran que dilatar su presencia en la ciudad unos días más de lo previsto. 

Les preocupaba especialmente que, aunque habían intentado que alguien les dijera si pasaba algo poco habitual, se habían limitado a cambiar de conversación. Como bien había temido el Príncipe, algo muy grave pasaba en aquella ciudad y tendrían que hacer lo imposible por averiguarlo.

PS: Este será el último capítulo antes del verano. Retomaré la historia de "Los Orígenes" en septiembre. Ya tengo más o menos planificado el hilo del relato, pero tengo que descansar un poco... 😬

Escribiré las reseñas que me quedan y algunas otras historias que tengo pendientes y que no había podido escribir por falta de tiempo. 

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