Espero que lo disfrutéis, aunque no tenga yo voz de presentadora de noticias... 🤪
PS: Lo voy a colgar en Substack en la página del blog. Es mucho más sencillo que Ivoox y allí ya tengo lectores.
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El Abad, sentado en el sillón verde del laboratorio de frey Kaistos, se inclinó un poco hacia adelante para empezar a hablar:
- Me vais a perdonar pero soy viejo y tengo que ordenar mis ideas. Así que voy a contar nuestra historia desde el principio. Los eruditos están de acuerdo en que no se sabe quiénes fueron los primeros gobernantes de la extensión que ahora ocupa el Imperio. Ahora bien, sí sabemos que desde antiguo hubo ciertos pobladores que vinieron aquí desde las amplias estepas del Este, que se desplazaron hasta las tierras del oeste, lejos de las montañas de las nieves perpetuas del noreste y que acabaron formando varios reinos. El más importante de ellos fue el reino sinardo que primero estuvo en el noroeste pero que poco a poco fue extendiéndose hacia el este y el sur. Fueron ellos los que fundaron la ciudad portuaria de Kalistos, que acabaría siendo su capital.
Awlin, desde su escondite en la lámpara del techo, se dio cuenta de que no tenía ni una pizca de sueño. Estaba concentrado en lo que estaba diciendo en el Abad y, por una vez, sintió que se olvidaba incluso de las inquietudes sobre sus propios orígenes.
El Abad, se pasó la mano por la frente y miró hacia arriba para después continuar:
- Como sabéis, ese pequeño reino sinardo es la base del Imperio que conocemos hoy. Los comentaristas de los antiguos textos, escritos a veces de forma bastante tosca, nos dicen que se trataba de un terreno montañoso y orogáficamente complicado, con clima muy frío y con condiciones difíciles, hizo a la población fuerte, ruda, rebelde y tenaz. Aunque ha habido personas (esencialmente críticos al actual Imperio) que han dudado de dichas características, ningún hecho concreto nos hace dudar de que esa fuera su verdadero carácter. Las crónicas de sus primeras beatitudes (que es como se llamaba a los antiguos eremitas que vivían en pequeñas construcciones suspendidas en las montañas) nos muestran a personas que, con pocas posibilidades y recursos, levantaron verdaderas arquitecturas de montaña, más complicadas y fuertes a medida de aprendían cuáles eran las características de los materiales con los que las hacían.
El guardián había vomitado reiteradamente durante más de dos horas. El cuerpo le había temblado por la fiebre y su calva estaba cubierta de un sudor frío. El monje lo miraba con preocupación: le había puesto sucesivas toallas en la frente mojadas en agua fresca para intentar bajarle la fiebre, pero, en general, su estado no había mejorado mucho.
Había intentado averiguar qué era lo que le habían dado pero había dos ingredientes por lo menos que desconocía: aquello quería decir que lo habían traído desde algún lugar lejano porque estaba muy familiarizado con las plantas dentro de las fronteras y no se parecían a ninguna de ellas.
Mientras pensaba se estiraba un mechón de pelos de la barba: era evidente que algo muy grave había pasado aquella noche y ahora además, la criatura del sótano estaba muy nerviosa: no sabía qué había pasado pero tenía que haber sido realmente grave para poner al único guardia (aunque fuera formidable) en aquel estado. Pocos podían detectar que algo había pasado pero había percibido a la criatura desde que llegó al convento hacía ya 16 años y acababa por detectar sus estados de ánimo.
Recordó el momento en el que recién terminados sus estudios, tanto reglados como complementarios, en el Gran Monasterio de Os, llegó a este, bastante más pequeño: la medicina era su fuerte pero durante aquellos años había aprendido otras cuestiones que le habían sido de mucha ayuda en el monasterio y fuera de él, principalmente lo relacionado con la mezcla de plantas y sus efectos en la salud, y otros que le aburrían sobremanera, como protocolo y genealogía. Sin embargo, había comprendido pronto que, aunque le aburrieran, y debido a la posición de su Orden dentro del Imperio, esos conocimientos le eran necesarios.
Se pegó a la pared como si quisiera fundirse con ella de forma que pudiera percibir con mucha más nitidez todo lo que pasaba y se dio cuenta de que el gato, después de terminar su festín, dormía plácidamente. Al menos, había alguien a quien su encuentro con la serpiente no le había modificado su vida. "Al menos de momento", oyó dentro de sí. Y tuvo que asentir.
Siguió moviéndose con cuidado a través de los túneles, sin necesitar luz alguna a través de la interminable oscuridad y sintió que la monstruosa serpiente estaba ya cerca de la nave principal. Pronto descubriría lo que había pasado... y sabría que había estado en lo cierto cuando pensó que había alguien más y que ese alguien no era un simple gato.
Así que intentó moverse un poco más deprisa pero aún así no estaba nada seguro de qué estaba pasando y eso era lo que le preocupaba más de todo. Tampoco creía que el calvo fuera a solucionar nada, ni siquiera siendo grande, fuerte y musculoso como era (aunque le llamaba gordo a veces para reírse de él, no era realmente así y ni siquiera era alguien de quien debiera reírse, pero le apetecía simplemente). Aquel calvo había protagonizado hazañas que eran de dominio público, razón por la que todo el mundo se había sentido sorprendido de que fuera a vigilar aquel templo. Sí, es cierto, los monjes que lo habitaban eran importantes en aquel territorio, pero allí iba a tener pocas ocasiones de luchar contra gente realmente despreciable... O eso era la creencia generalizada.