16 junio 2024

Capítulo XXIV: El pueblo en el tronco del árbol

Malaban, Daval y Nragar habían salido indemnes, a pesar de haber estado a pocos metros de Slissas y de los lobos y osos del Señor de los Nigromantes. Nragar les había conducido a través del bosque en penumbra durante un kilómetro y, amparados por la espesura, les ordenó pararse y escuchó atentamente.

- No, no viene nadie siguiéndonos, pero debemos continuar siendo muy cuidadosos porque sobre todo Slissas, tiene un sexto sentido para detectar dónde estamos y siempre encuentra a quién mandar para comunicarlo.

- Lo sé. Y a mí me tiene un especial cariño desde que le pisoteé, -dijo Daval, con media sonrisa.

- ¿Hacia dónde nos dirigimos? -preguntó Malaban susurrando. Daval y Nragar lo miraron fijamente.

- Tenemos que ir hacia el oeste y luego subir por el Gran Río sin ser vistos. Para ello tenemos una barca de pescadores esperándonos.

- Debemos darnos prisa -dijo Daval.

- Tranquilo - dijo Nragar-. Es de noche y hay muy poco ruido: por eso, tenemos que ser lo más sigilosos posible, porque hay muchos ojos hostiles aquí. Y otros que no lo son pero no son partidarios de nadie, este enfrentamiento no les concierne y, por tanto, tampoco nos van a ayudar llegado el caso. Pero creo que vamos a llegar bien a nuestro destino esta noche...

Nragar encaminó la expedición, en medio iba Malaban y al final iba Daval. Nragar desenvainó la espada gigantesca que llevaba a la espalda por si acaso y fue olisqueando el aire. Siguieron andando a la luz de la luna sin oír un solo ruido durante toda la noche. Estaban cerca del final del bosque ya y Nragar simplemente se aproximó a un árbol, tocó el tronco y una puerta se abrió y les dejó pasar.

Un viejo roble. Imagen de RegalShave en Pixabay

Los tres bajaron una escalera de caracol hecha de piedra y, al final, llegaron a una estancia amplia y luminosa mientras oyeron un chasquido a sus espaldas cuando la puerta se cerró a sus espaldas. Ahora ya estaban seguros porque desde allí viajarían por túneles subterráneos hasta el puente de Ko-Or-Natu.

Unos duendecillos salieron corriendo y riendo, enfundados en sus trajes verdes y sus gorros rojos puntiagudos a servirles un tentempié abundante y oloroso.

Los tres se sentaron. Malaban degustó una infusión tibia con flores y hojas de carraceno (una planta que mantiene despierto con un sabor dulce característico) con unos dulces de canela y miel de liragosa, dulce pero con un toque picante, que hicieron que perdiera la compostura y acabara chupándose los dedos. Daval sólo comió un gran plato de heno, unos cuantos higos pasos y unas tres manzanas con la piel ya arrugada. Nragar, sin embargo, había desaparecido. Malaban se preguntó por qué.

Al cabo del rato, entró Nragar. Estaba satisfecho y Malaban vio que había un poco de sangre en la comisura de uno de los lados de su boca. Se dijo que a lo mejor no quería que le vieran comer y decidió no preguntar.

- Bien -dijo Nragar-, estos amables duendes nos han preparados unos cómodos sitios para dormir. Será mejor que descansemos porque nos esperan días muy duros. Las cavernas de los pasos subterráneos son complicadas de atravesar y luego nos espera la travesía por el Gran Río, donde va a ser difícil que el barco pase desapercibido aunque nosotros no vayamos en cubierta.

- Hasta mañana entonces

- Venid por aquí, Interlocutor Malaban, el humano -dijo el duende más mayor, con larga barba blanca y un sombrero curioso puntiagudo y con una gran hebilla dorada en el medio. Malaban dio un respingo: nadie le había llamado Interlocutor nunca-. Le hemos preparado un cuarto que esperamos que sea de su agrado. Seguidme.

- Soy de costumbres austeras -repuso él.

Imagen de beauty_of_nature en Pixabay

- Oh, no, - dijo el hombrecillo riendo, lo que contrastaba con su seriedad anterior- en el árbol de los duendes del bosque de ranfredos, nadie es austero. Estamos para proporcionar a los que defienden el bien, el descanso que sus cuerpos y sus mentes necesitan. He dado orden a los más jóvenes que vayan a bromear y hacer trucos a otros sitios, que hoy no podéis permitiros el lujo de no descansar.

Malaban sonrió: era curiosa la voz del duende, toda seriedad y responsabilidad. No parecía un duende... Hasta que se le oía reír: era como si los ecos del duendecillo que fue hacía muchos años, llegaran hasta este momento.

- Sé lo que estáis pensando, que soy demasiado serio. Sí, al principio yo era joven y despreocupado, seguramente yo era el que más lo era. Pero yo fui el primero que vio la cara del Innombrable original. Sé a lo que os vais a enfrentar y sólo puedo decir: piensen que el enemigo no tiene por qué ser más fuerte, sólo tiene que engañarlos con que lo es. El engaño, realmente esa es la raíz de todo mal, - dijo el hombrecillo, mientras movía de un lado a otro la cabeza.

- ¿Cuándo fue eso?

- Todo a su debido tiempo. Ahora debe descansar.

El duende abrió una puerta y una luz se encendió al instante. La gran cama mullida, la ventana por la que entraba una suave luz nocturna y una tibia brisa y el armario donde dejar sus cosas le hicieron suspirar de felicidad.

- Muchas gracias. Es un gran detalle.

- No hay de qué. Oh, por cierto, mi nombre de Grendoar. Cuando necesite algo, escríbalo en esa libreta que tiene en la mesita de la derecha con ese lápiz y al instante un duende aparecerá trayéndooslo.

- Gracias, pero, después de esa maravillosa comida, creo que sólo voy a necesitar dormir.

- Os dejo entonces -. El hombrecito se inclinó casi hasta dar con la punta de su sombrero en el suelo-. Que tengáis un descanso profundo y reparador.

Y con aquella despedida se volvió y cerró la puerta dejando a Malaban solo en la habitación mirando la cueva a la que daba la ventana y la luz azulada que entraba por esta. Era cierto, daba a una cueva grande pero había una claridad extraña de la que no pudo distinguir el origen. A lo lejos, se oía a duendecillos de ambos sexos riendo y bailando al son de la pegadiza música que estaban tocando.

Se acercó a la ventana y sonrió. La experiencia del día había sido terrible, pensó mientras se apoyaba en el alféizar con las dos manos y contemplaba el paisaje que podía ver desde aquella ventana. La cueva era mucho más amplia y espaciosa que lo que se había imaginado en principio.

Pronto, la música cesó pero empezó un poco más lejos: seguramente habían ido a decirles que los recién llegados necesitaban dormir. Malaban volvió a sonreír: aquellos pequeños de estatura eran entrañables. Aunque no sabía cómo lo iba a hacer, pero, por fin, entendió lo que se requería de él, aunque el vértigo que sintió fue aún mayor. Según parecía, el verdadero Señor de todas aquellas criaturas malignas no era Slissas, aquella serpiente gigante del lago. Era otro ser que hacía del engaño su arma principal. 

Las Montañas de las Nieves Perpetuas, Foto de Adrien Olichon

Miró a su alrededor y recordó algo que le habían dicho los Tres Sabios de las Montañas de las Nieves Perpetuas hacía muchos años. Lo recordaba como si hubiera sido hace un momento. Cuando lo hirieron y casi lo matan en aquella escaramuza, ellos lo salvaron de aquella figura totalmente tapada de la voz plateada, escondiéndolo en aquella cueva oculta en la roca. Después de una recuperación muy complicada y, cuando se despidieron de él al borde de donde el Gran Río nacía de las nevadas invernales, el mayor de ellos le había dicho:

- Nos volveremos a ver, cuando la necesidad tuya y de tus cuatro compañeros sea acuciante para salvar la tierra que pisas

El siguiente había continuado:

- Recuerda algo: si lo ves, no es el Señor del Mal. Cuando lo comprendas, sabrás quién es el responsable de las desgracias

Y el tercero, el que no podía ver, concluyó:

- Pero la lucha no terminará contigo y tus compañeros, aunque recibirá un severo golpe. Dentro de 1000 años, vendrá quien lo venza y será quien menos se espere el Señor de los Innombrables.

Sólo entonces vio a una duendecilla pelirroja con grandes coloretes que le miraba divertida.

- Hola señor, ¿se ha dormido de pie?

Malaban rió a carcajadas, estaba tan relajado como no recordaba desde hacía mucho.

- No, pequeña. Simplemente estaba pensando.

- Y ¿en qué pensaba?

La madre de la duendecilla, una versión igual que ella pero de más edad, apareció por el lado izquierda.

- Aquí estás. Te dije que no te movieras del sitio.

Miró entonces a Malaban:

- Lo lamento, señor - dijo ella haciendo una reverencia-. Miliana es muy traviesa incluso para ser una duende.

Imagen de Petra en Pixabay
Él sonrió:

-No hay de qué preocuparse. Estaba pensando en todo lo que había pasado y no podía dormir. Su hija no ha hecho nada, salvo hacerme una pregunta de lo más divertida: quería saber si me había dormido de pie.

La madre se rió también.

- Miliana, venga, vamos a la cama que te tienes que dormir y de paso le dejas al señor que se duerma también.

- No -dijo ella cruzando los brazos-, quiero preguntarle más cosas.

- Mañana les preguntas cuando estén desayunando.

A la duendecilla se le iluminó la cara:

- Entonces, vámonos a la cama que quiero desayunar pronto para hacerles todas las preguntas que se me ocurran.

Y cogiendo a su madre de la mano, casi la arrastró fuera del ámbito de visión de Malaban, que sonrió de nuevo. Él también debía dormir: estaba claro que lo que venía iba a ser mucho más duro que lo vivido hasta ahora. Pero había entendido qué era lo que debía hacer: ahora sólo tenía que ver cómo hacerlo con la ayuda de los demás.

Se arrodilló y, por primera vez en meses, rezó a los Tres Sabios de las Montañas de las Nieves Perpetuas. Aunque los llamasen así, él tenía claro que eran mucho más que meros sabios... y que iban a necesitar su ayuda.

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