22 junio 2024

Capítulo XXVI: La locura de Frey Sabelior

Foto de Kevin Martin Jose en Unsplash
Cuando el chambelán Astano había partido del Monasterio de Sinningen con Frey Rilaus hacia la capital imperial, como el ser de la voz plateada había eliminado al Abad, necesitaban a alguien que se quedara a cargo del Monasterio: el elegido había sido Frey Sabelior. El hermano bibliotecario se mostró encantado de ocupar el puesto del Abad, aunque realmente no iba a tener esa dignidad porque no era un nombramiento oficial. Eso lo deberían determinar una vez que se decidiera qué pasaba con el Monasterio.

Aquello, sin embargo, le interesaba muchísimo porque iba a lograr su verdadero sueño: rebuscar en el laboratorio de Frey Kaistos y llevarse todos los libros que allí había encontrase, sin supervisión de nadie. Para ello, encargó a tres novicios que fueran con él y  trasladaran todos los que encontrasen a la biblioteca del monasterio. Una vez que comprobó que los habían sacado todos, sonrió, miró por la ventana y se sintió triunfador en una guerra en la que sólo él había participado. La diferencia entre ambos era clara: a Frey Kaistos sólo le interesaban los libros por el saber que contenían; Frey Sabelior los codiciaba por el poder de  decidir quién los leía y quién no, de forma que al final decidía quién podía saber qué y quién no. 

Así que ahora que, ni el Abad ni Frey Kaistos estaban ya allí para censurarle, él podía disfrutar con el poder de prohibir o no leer aquellos libros, siempre con el permiso de su Majestad Imperial, por supuesto. Pero le parecía que iba a estar poco interesada ya en aquel Monasterio, por lo que pensaba que iba a poder disfrutar de aquel poder durante el tiempo suficiente para satisfacer todas sus ansias.

Después de mirar a su alrededor, fue hacia la puerta y salió fuera del laboratorio, ahora todo revuelto y desordenado y cerró con llave para impedir que nadie pudiera volver a entrar allí. Al menos, mientras él siguiera al mando. A continuación, se metió la llave en un bolsillo de su túnica y después se dio unas palmaditas encima del bolsillo, sintiendo la frialdad del metal a través de la tela. Respiró hondo y luego espiró de golpe todo el aire y sonrió: qué gran sensación tenía en ese momento.

Bajó las escaleras y luego cruzó hacia el edificio principal y, una vez que hubo subido las escaleras, a través de los pasillos, llegó a la biblioteca. Abrió la puerta y sonrió al ver todos los libros encima de su mesa. Fue hacia ella y se sentó para después proceder a hojearlos. Para su sorpresa, había libros de todas las materias: álgebra, medicina, preparados de plantas, propiedades de mezclas, anatomía, etc.  Incluso había un libro de historia del reino sinardo y algunos otros sobre los países de alrededor. Había también uno muy elaborado sobre los pueblos del mar: había teorías de todo tipo sobre su origen o su cultura. Sorprendente, pensó el bibliotecario.

Sin embargo, algunas de aquellas materias estaban escritas en lenguas extranjeras o incluso antiguas y le costaba leerlas. ¿Y cómo iba a saber si tenían alguna teoría prohibida? Luego miró al frente y pensó: "no, no creo que tengan ninguna materia prohibida porque el Abad, si lo hubiera sabido, los hubiera retirado de ese laboratorio". Pero algo le seguía intentando convencer de juego sucio y no quería decirles a los pocos ayudantes de Frey Kaistos que habían quedado en el monasterio que le ayudasen porque no se fiaba de ellos: la reciprocidad en este caso sí estaba asegurada, pues no se tragaban ninguno. Tenía que reconocer que no había pasado eso con el monje científico: este, la verdad, es que le importaba bastante poco si caía bien al bibliotecario o no. Pero los novicios y algunos hermanos eran demasiado jóvenes (aunque en las escuelas de la Orden que había en otros monasterios había niños más pequeños) y les hacía vulnerables a ese tipo de cosas.

Volvió a ojear los libros y comenzó a intentar aprender hasta lo que no entendía. Llegó la hora de la comida, llamaron para que fuera a comer y no fue. Tampoco cenó. Seguía allí simplemente leyendo los libros. Durante los siguientes 7 días apenas se movió de su sitio: casi no comió, no salió de la biblioteca y ni siquiera fue a dormir. 

Al cabo de una semana, uno de los novicios, un chico bajo y regordete fue a entrar en la biblioteca junto con uno de los hermanos vigilantes. Intentaron llevarle algo de comida al bibliotecario. Pero este, creyendo que venían a robarle los libros, se levantó como un energúmeno y empezó a gritarles que salieran de allí, que no quería ladrones de libros en la biblioteca. Llegó incluso a arrojarles una silla que estaba medio rota y que usaban para poner algunas piezas complementarias para los amanuenses.

Decidieron no interrumpirle más. A la siguiente semana, el monje bibliotecario había fallecido sobre los libros. Cuando el hermano vigilante Tógrinos, el sucesor de Frey Tinodar, entró en la biblioteca para ver qué había pasado y retiró al monje bibliotecario de la mesa, vio que había escrito incansablemente en varios paliondrados las palabras "Ka pnie kalaidonen" que, en lenguaje antiguo del golfo de Esdáloren, donde había nacido Frey Sabelior, quería decir: "Yo no entiendo".

Tógrinos miró por los ventanales: fuera los dos soles estaban en lo más alto del cielo pero el monasterio, normalmente lleno de vida, aunque silencioso, parecía un cementerio. No se veía a nadie ir de aquí para allá: sólo las campanas rompían el silencio. Él era sólo un humilde hermano que se veía incapaz de saber qué estaba pasando y de cómo actuar ahora que el monasterio había quedado definitivamente sin jefe superior. Tendría que escribir inmediatamente al Gran Monasterio de Os: desde luego, no escribiría a la capital del Imperio porque no habían solucionado nada y todos sabían lo que habían hecho con el Abad. Ninguno de los habitantes del monasterio se había creído lo que les había dicho Astano (esa víbora...) y el gordo ese del monte tesorero: que el Abad había muerto de un "resfriado". Tógrinos recordó que, según lo habían dicho, había deseado con todas sus fuerzas que aquel mismo "resfriado" les pasara a aquellos dos bribones. Tendría que hacer penitencia por desear algo tan malo, como lo que él sabía que les había deseado, pero no pudo contenerse.

"En fin", se dijo, "primero hay que sacar este cadáver de aquí y, después tendré que escribir al Abad de Os". Salió de la estancia, cerrando la puerta, y fue a buscar a dos de sus ayudantes para llevar al monje al templo y prepararlo para su entierro. Cuánta desgracia había pasado en tan pocos días. Aquello ciertamente no era normal, dijo, pensando en voz alta, mientras movía la cabeza de un lado a otro.

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2 comentarios:

  1. Continúas cambiando de escenario cada capítulo, Mercedes, y sorprendiéndonos con los avances en la trama. Aunque en esta ocasión es más bien un receso en el que muestras hasta dónde pueden llegar la ambición por el poder del saber y la locura a la que se puede llegar por querer adquirirla sin poderlo hacer.
    Un fuerte abrazo :-)

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    Respuestas
    1. La ambición y el ansia de poder causa varios y variados problemas. Como dice, lo que le pasaba es que quería decidir quién podía leer cada libro... 🧐
      Otro abrazo. 🤗

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