Cuando Malaban oyó que tenía que salir de nuevo fuera, sin descansar y sin entender realmente lo que estaba pasando, sólo pudo pensar en que sólo era un eremita. No, no estaba siendo sincero. Eso no era correcto: el que en ese momento sólo fuera un eremita, no era lo mismo que el que siempre lo hubiera sido. Pero había rechazado su vida anterior y precisamente por eso se había hecho eremita. Ahora, sin embargo, le estaban exigiendo que volviera a recordar... Y eso era lo que no quería.
El Gran Dragón lo miró y sonrió:
- No te preocupes, te encontrarás con unos buenos y fieles compañeros. Los irás encontrando a partir de que salgas de aquí, quizás de forma accidentada. Coge ese colgante que hay encima de ese atril y póntelo. Irás aprendiendo todos sus poderes que te serán muy útiles en tu lucha contra los Nigromantes y los que tienen poder sobre ellos.
Malaban se dirigió al atril y vio una piedra transparente que colgaba de una cadena de iridionen (1). Levantó la vista y miró a Elandiar.
- Eres tú quien he visto en sueños. - Le pareció que el dragón sonreía otra vez; desde luego, sus ojos le miraban, divertidos.
- Sí, Malaban, el Dios al que rezáis y sus Elegidos nos crearon a mis hermanos y a mí para elegir a los seres más capaces para proteger esta tierra. Que no te engañen tus ojos al verlos, siente su realidad y mira dentro de ellos con atención porque llegado el caso tendréis que confiar mutuamente unos en otros. Para el trabajo que habéis sido escogidos, no vale cualquiera. Pero ante todo, no te fíes de las apariencias.
Malaban lo miró:
- Nunca lo he hecho, señor.
- Ahora eso será de vital importancia. Pero sí te revelaré al primero de ellos. Daval está en la puerta de la cueva, le necesitarás para volver lo más rápido posible a Naras.
Malaban se inclinó y de repente subió de nuevo la vista y preguntó:
- Señor, ¿qué Dios y qué Elegidos son esos? Hace mucho que... - tenía una vaga idea de haber oído algo sobre aquella religión… en otro tiempo y lugar. Pero hacía mucho tiempo. Antes de la traición, cuando aún era un joven alegre y sin complicaciones.
- Tranquilo, todo a su tiempo. No hace falta que me expliques nada. Yo lo entiendo todo. Pero corre y no pierdas más tiempo. Eso sí, llena tu cantimplora con el agua del lago que viste al entrar en la cueva. Te servirá para todo el viaje que vas a hacer.
Malaban pensó: "Qué bien, entonces iremos cerca". El Gran Dragón sonrió: en el fondo, seguía siendo bueno e inocente. Era a quién necesitaban: había visto mucho mal pero no le había cambiado. En el fondo, entendía por qué se había hecho eremita.
- Antes de partir, quiero hacerte un último regalo. Dame tu espada.
Malaban se la dio.
- Aquí tienes la que será tu espada a partir de ese momento. Se llama AüRoPhlAm, en el antiguo lenguaje sinardo, que quiere decir la Llama de la Aurora.
Le entregó otra: era de un material extraño pero sobre todo era extraña la forma de la misma. Intentó doblarla: se dio cuenta de que había sido tallada en una piedra totalmente transparente pero aún así era dura y flexible a la vez. No se dio cuenta de que estaba sonriendo: aquello era una obra de arte.
- Tendrás algún presente más en el hatillo que llevabas cuando me has recogido. Ese te gustará rgoaún más que este y te será muy útil.
Malaban se inclinó y desanduvo el camino desde el Gran Salón para llegar a la humilde habitación donde había dejado al pobre anciano herido y sólo entonces se dio cuenta de que el Gran Dragón también podía cambiar de forma y que, de cierta manera, le había probado. “Si no, no me habría mostrado la forma de llegar hasta él”, pensó.
Dejó la antorcha en su lugar y pasó por la apertura que daba a la humilde habitación y, una vez que había traspasado la misma, la mesa volvió a su sitio y no quedó indicio alguno de lo que había vivido. Parecía más bien que todo había sido un sueño.
Tanto fue así, que se preguntó si todo había sido verdad pero se llevó la mano al cuello y vio que colgante estaba allí y que había pasado de ser transparente a un azul profundo. Anotó el color mentalmente para saber lo que significaba y salió de la habitación hacia la puerta de la cueva. Allí vio a un hombre joven y esbelto con una melena abundante que estaba recostado mientras con la mano derecha sostenía una pipa y con la izquierda encendía las hojas que había puesto en ella. Parecía no haber llegado hace mucho rato y venir sólo con lo puesto. Malaban se extrañó porque ni siquiera el viajero más descuidado iba sólo con lo puesto y una pipa.
El extraño levantó la mirada de su pipa y le miró fijamente.
- ¿Malaban? - preguntó.
- Sí, soy yo.
- Soy Daval, el Gran Dragón Alado Elendial me ha ordenado que venga aquí para llevarte de vuelta a Naras.
- ¿Y cómo exactamente vas a llevarme? -dijo Malaban mirando alrededor.
- Jajaja, tranquilo. Todo a su debido tiempo. Ahora deberás contarme todo lo que consideres que necesito saber para ir por el camino más correcto.
- Vine por el antiguo camino narásida, que lleva directo desde mi ciudad a la montaña en la que ahora estamos, pero me figuro que, si estás aquí es porque no podremos volver por el mismo camino.
Daval sonrió enseñando los dientes y acabó riéndose de forma estridente. A Malaban aquel sonido le resultó sorprendentemente familiar pero no acabó de discernir de qué se trataba. Observó a Daval, su pelo abundante, los ojos grandes, la cara alargada y pensó en la risa estridente de nuevo. No, no podía ser. Eliandar le había hablado de que no tenía que fiarse de las apariencias, así que era posible que… Pero se negaba a considerar siquiera la posibilidad de...
Daval le miró con cara sorprendentemente divertida ante su cara y le dijo:
- Ahora ya nos hemos presentado, debemos darnos prisa porque tenemos que haber entrado en el bosque que se ve en el horizonte al anochecer o como muy tarde mañana a mediodía. El bosque nos esconderá pero no podemos seguir el curso del río porque nos localizarían enseguida. Tampoco como bien has dicho podemos usar el antiguo camino narásida. Debemos encaminarnos, pues, campo a través. Amenaza lluvia, así que habrá menos gente intentando encontrarnos pero no debemos bajar la guardia. Si es necesario tomaremos un atajo que conozco pero sólo si es imprescindible.
Malaban sonrió. Le había caído bien: nadie que se riera de aquella forma sería aburrido. Además, había algo muy noble en el fondo de los ojos de aquel desconocido... llamado Daval.
- Está bien, partamos.
Al cabo del rato empezó a llover y Malaban se echó la capucha encima. Miró a Daval y vio que no llevaba capucha y se preguntó qué persona era aquella a la que no le importaba mojarse, sobre todo porque el color de las nubes era cada vez más oscuro así que era probable que cada vez lloviera más fuerte.
De repente, escuchó a Daval olfateando y le vio alerta. Sin aviso previo, Daval tiró de él hacia un grupo de árboles y le dijo:
- ¿Ves allí? El Señor de los Nigromantes ha enviado a sus agentes a detenernos, así que debemos darnos prisa - y de nuevo se volvió a reír con aquella risa.
Malaban entornó los ojos pero no vio nada y cuando se volvió, vio que Daval no estaba: en su lugar, había sólo un enorme caballo negro con crines abundantes, que se puso de manos y soltó un relincho de satisfacción. Quería preguntarle que qué agentes eran aquellos, pero un aullido terrorífico le heló la sangre. No supo realmente cómo había montado encima de Daval: sólo supo que el caballo salió, con él montado a duras penas, a galope tendido entre los matorrales y los árboles. Malaban dudaba si debía o no mirar para atrás y, cuando lo hizo, un escalofrío de miedo le recorrió el cuerpo. Pensó que no sabía en dónde se estaba metiendo: él sólo había querido ayudar a un pobre anciano que estaba en un lado del camino.
Y ahora estaban siendo perseguidos por aquellos seres que distaban mucho de ser naturales e ¡¡iba montado en un hombre que había cambiado de forma!! No, esto no podía estar pasando... Estaba en una pesadilla y pronto se caería al suelo y se despertaría...
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En medio del mar, el capitán del barco La Perla Dorada del Sur miraba al horizonte. La travesía no estaba siendo buena: había empezado a llover y la mar se había puesto muy picada. Además, se habían desviado del curso normal, precisamente porque había oscurecido demasiado al hacerse de noche: las nubes no dejaban ver ni las estrellas que les ayudaban a guiarse ni tampoco las tres lunas que, normalmente, les permitían navegar sin complicaciones.
Estaba al timón de la embarcación, cuando miró hacia popa y vio a aquel arquero. Le había parecido solitario y observador, pero sobre todo, le había visto llorar ante los gritos de los que aún permanecían en el castillo en llamas. Sonrió: por eso, le había pedido al médico del barco que le viera la herida del brazo. Se la había vendado sorprendentemente bien para hacerlo sólo, pero evidentemente, el médico le había examinado la herida, le había dado aquel reconstituyente que les sentaba a todos tan bien después de ser heridos y luego le había vendado correctamente el brazo. Ahora podía volver a disparar el arco que llevaba a pesar de la herida.
De repente, el oteador sobre la vela mayor gritó:
- ¡¡¡Piratas a estribor!!!
Su presentimiento había sido correcto: no, aquella noche no iba a ser nada tranquila... pero ahora tenían un arquero a bordo...
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Chapter 15: Daval:
When Malaban heard that he had to go outside again, without resting and without really understanding what was happening, he could only think that he was just a hermit. No, he wasn't being really sincere. That was not correct: the fact that, at that moment, he was only a hermit, was not the same that having been always one. But he had rejected his previous life and precisely for that reason he had become a hermit. Now, however, they were demanding that he remembered again... And that was what he had been avoiding.
The Great Dragon looked at him and smiled:
- Don't worry, you will find some good and faithful companions. You will find them as soon as you leave here, perhaps in an uneven way. Take that pendant on top of that lectern and put it on. You will learn all its powers that will be very useful in your fight against the Necromancers and those who have power over them.
Malaban walked to the lectern and saw a transparent stone that he knew was hanging from an iridionen chain. He looked up and looked at Elandiar.
- It is you who I have seen in my dreams. - It seemed to him that the dragon was smiling again; of course, his eyes looked at him, amused.
-Yes, Malaban, the God you pray to and his Chosen Ones created my brothers and me to choose the most capable beings to protect this land. Don't let your eyes deceive you when you see them, feel their reality and look inside them carefully because, if necessary, you will have to mutually trust each other. For the job you have been chosen for, not just anyone will do. But above all, don't trust appearances.
Malaban looked at him:
- I have never done that, sir.
- Now that will be of vital importance. But I will reveal the first of them to you. Daval is at the door of the cave, you will need him to return to Naras as quickly as possible.
Malaban leaned down and suddenly looked up again and asked:
- Lord, what God and what Chosen Ones are these? It's been a long time since...-he had a vague idea of having heard something about that religion... in another time and place. But it was a long time ago. Before the betrayal, when he was still a happy and uncomplicated young man.
- Calm down, everything in his time. You don't need to explain anything to me. I understand everything.Before you leave, fill your canteen with the water from the lake that you saw when entering the cave. It will serve you for the entire trip you are going to make.
Malaban thought, "That's good, then we'll go nearby." The Great Dragon smiled: deep down, he was still good and innocent. He was who they needed: someone who, despite everything he had experienced, the evil that had surrounded him, had never penetrated his heart. Deep down, he understood why he had become a hermit.
- Before leaving, I want to give you one last gift. Give me your sword.
Malaban gave it to him.
- Here is what will be your sword from that moment on. It's called AüRoPhlAm, en el antiguo lenguaje sinardo, que quiere decir la Llama de la Aurora.
He gave him another one: it was made of a strange material but above all its shape was strange. He tried to bend it: he realized that it had been carved from a completely transparent stone but it was still hard and flexible at the same time. He didn't realize that he was smiling: that was a work of art.
- You will have some more presents in the bundle you were carrying when you picked me up. I personally think you will like that one even more than this one and I guarantee those will be very useful to you.
Malaban bowed and retraced his path from the Great Hall to reach the humble room where he had left the poor injured old man and only then did he realize that the Great Dragon could also change shape and that, in a way, he had tried. “Otherwise he wouldn't have shown me the way to get to him,” he thought.
He left the torch in its place and passed through the opening that led to the humble room and, once he had passed through it, the table returned to its place and there was no trace of what he had experienced. It seemed more like it had all been a dream.
So much so that he wondered if it had all been true but he put his hand on his neck and saw that the pendant was there and that it had gone from being transparent to a deep blue. He archived the color mentally so he knew what it meant and left the room towards the cave door. There he saw a young, slender man with a thick mane of hair who was reclining while with his right hand he held a pipe and with his left he lit the leaves that he had put in it. He seemed to have not arrived long ago and to come only with what he was wearing. Malaban was surprised because not even the most careless traveler went with just what he was wearing and a pipe.
The stranger looked up from his pipe and stared at him.
- Are you Malaban? -he asked.
- Yes, it's me - he answered, surprised of being called by his own name.
- I am Daval, the Great Winged Dragon Elendial has ordered me to come here to take you back to Naras.
- And how exactly are you going to take me? -said Malaban looking around.
- Ha ha ha! Calm down. All in due time from him. Now you must tell me everything you think I need to know to go on the right path.
- I came along the old Narasid road, which leads directly from my city to the mountain where we are now, but I figure that if you are here it is because we will not be able to return the same way.
Daval smiled, showing his teeth, and ended up laughing raucously. That sound was surprisingly familiar to Malaban, but he couldn't quite make out what it was. He looked at Daval, his thick hair, his big eyes, his long face, and thought of the raucous laughter again. No, that couldn't be. Eliandar had told him that he didn't have to trust appearances, so it was possible that... But he refused to even consider the possibility of...
Daval looked at him with a surprisingly amused face and said:
- Now we have introduced ourselves, we must hurry because we must have entered the forest that can be seen on the horizon at dusk or at the latest tomorrow at noon. The forest will hide us but we cannot follow the course of the river because they would locate us immediately. Nor, as you said, can we use the old Narasid path. We must head, therefore, across the countryside. Rain threatens, so there will be fewer people trying to find us but we must not let our guard down. If necessary we will take a shortcut that I know but only if it is essential.
Malaban smiled. She had liked him: no one who laughed like that would be boring. Furthermore, there was something very noble in the depths of the eyes of that stranger... called Daval.
- Okay, let's go.
After a while it started to rain heavily and Malaban pulled his hood over him. He looked at Daval and saw that he was not wearing a hood and wondered what person he was that didn't mind getting wet, especially since the color of the clouds was getting darker so it was likely that it would rain harder and harder on him.
Suddenly, he heard Daval sniffing and saw him specially alert. Without warning, Daval pulled him towards a group of trees and said:
- See there? The Lord of the Necromancers has sent his agents to stop us, so we must hurry- and he laughed that way again.
Malaban squinted but saw nothing and when he turned, he saw that Daval was not there: in his place, there was only a huge black horse with a thick mane, prancing and whinnying with satisfaction. He wanted to ask Daval what agents were those, but a terrifying howl made his blood run cold. He did not really know how he had mounted Daval: he only knew that the horse left, with him barely mounted, gallopping fast between the bushes and the trees. Malaban doubted whether or not he should look back and, when he did, a shiver of fear ran through his body. He thought that he didn't know what he was getting into: he had only wanted to help a poor old man who was on the side of the road.
And now they were being chased by those beings that were far from natural and were riding on a man who had changed shape!! No, this couldn't be happening... he was in a nightmare and would soon fall to the ground and wake up...
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In the middle of the sea, the captain of the ship The Golden Pearl of the South looked at the horizon. The crossing was not going well: it had started to rain heavily and the sea had become very rough. Furthermore, they had deviated from the normal course, precisely because it had become too dark as night fell: the clouds did not allow them to see either the stars that helped them guide themselves or the three moons that, normally, allowed them to navigate without complications.
He was at the helm of the boat, when he looked towards the stern and saw that archer. He had seemed lonely and observant to him, but above all, he had seen him cry at the screams of those who still remained in the burning castle. Yes, that guy was ackward but a good guy. He smiled: that was why he had asked the ship's doctor to see the wound on his arm. He had bandaged it surprisingly well for doing it alone, but evidently the doctor had examined the wound, given him that restorative that was so good for everyone after being wounded, and then had bandaged his arm correctly. He could now shoot the bow he carried again despite the wound.
Suddenly the spotter on the mainsail shouted:
- Pirates to starboard!!!
His hunch had been correct: no, that night was not going to be quiet at all... but now they had an archer on board...
NOTA: Los enlaces en los que he encontrado las imágenes se pueden encontrar pinchando en ellas.
(1) El iriodionen, en este momento de la historia, es sólo un metal precioso que proviene principalmente de minas encontradas en el Oeste del Imperio.
Enhorabuena, Mercedes.
ResponderEliminarLa tensión, el interés y la intriga siguen adelante.
Un fuerte abrazo :-)
Muchas gracias por pasarte y comentar, Miguelángel. 🖋
EliminarOtro fuerte abrazo de vuelta. 🤗