18 junio 2024

Capítulo XXV: Andrasio, fugitivo

La travesía de Andrasio en el Perla Dorada del Sur continuaba con aires favorables. El arquero había ido siguiendo el itinerario en el mapa: las dos últimas semanas habían avanzado hasta situarse más o menos a la mitad del territorio del Imperio sin incidencias. El buen clima y el buen ambiente en el barco así como los cuidados del Doctor hicieron que el estado de su brazo mejorara cualitativamente. Apenas le dolía y la herida llevaba cerrada totalmente más de una semana. La costra estaba dura y de un color cada vez más pardo: quedaba poco para que se le cayera, aunque por precaución, seguía llevando el brazo vendado. Sin embargo, había vuelto a entrenar, aunque ligeramente, para no perder la práctica.

El capitán, cuando se cumplían ya trece días desde que Andrasio se montó en el barco, se sentó a su lado mientras el chico miraba hacia el horizonte en cubierta.

- Hola chico, ya me han dicho todo lo que has mejorado.

El chico, con la mirada fija en el horizonte, le contestó:

Imagen de holgerheinze0 en Pixabay

- Sí, estoy prácticamente bien. No me duele ya casi nada el brazo. Creo que la semana que viene voy a poder volver a practicar con el arco.

El capitán sonrió.

- No hace falta que te precipites. Ya ves que aquí en el mar, las cosas aún están pacíficas -carraspeó y Andrasio entendió que lo que venía a continuación era algo que le costaba mucho decir-. Verás, chico, mañana necesito descargar algunas cosas en el puerto de Lássanas. Sé que querrías bajar: alguien como tú que nunca ha estado en un barco, tanto tiempo, seguramente quiere, necesita bajar.

Entonces Andrasio sí le miró:

- ¿Ocurre algo que no me quieres decir?

El capitán se sorprendió de su respuesta: casi parecía que el chico le había leído el pensamiento. Más valía ser sincero con él, porque no perdonaría una mentira.

- Verás, chico, sé que te escapaste de la fortaleza de Tandras y también sé que no eres culpable de nada de lo que pasara allí. Pero no quiero que, en caso de que te hayan echado de menos, te cojan preso. Hay malos rumores sobre lo que pasa en el Imperio y prefiero no correr riesgos. Nos eres muy útil y prefiero de verdad que sigas con nosotros.

El chico había vuelto a mirar al infinito. Después de un instante, dijo:

El pregonero: Imagen de William Adams en Pixabay
- Me parecía que me ibas a pedir algo así. No tengo inconveniente. Si consideras que es mejor que me esconda en el camarote de otra persona o me vaya a esconder a la bodega no hay problema por mi parte.

El capitán se alegró de la respuesta pero en el fondo pensó que era mucho más maduro de lo que su edad decía.

- Está bien, Andrasio. Te dejo que tengo mucho que preparar para mañana. Sigue descansando que ya llegarán días en que no puedas hacerlo.

Sin decir nada más, echó a andar por la cubierta hacia su camarote para hablar con varios de sus hombres y clasificar las mercancías que tenían que desembarcar.

La noche transcurrió sin novedad y al día siguiente todo el mundo estaba despierto muy pronto. Llegaron a puerto a primera hora de la mañana y para esa hora, Andrasio estaba ya a buen recaudo en la bodega. Nadie quería correr riesgo alguno.

El capitán bajó con tres de sus hombres a cargar los fardos en un carro que les esperaba en el puerto. Se despidieron del mercader y, después de recoger otros bienes que iban a transportar a instancias del mismo, oyeron, después de unas trompetas y un redoble de tambores, a un pregonero gritar:

- Se hace saber que la policía del Imperio, en cumplimiento de su sacrosanta misión de defender a todos los ciudadanos de buena voluntad busca a un desertor y asesino, arquero de profesión, de nombre Andrasio, por los hechos ocurridos en el Gran Fuerte de Tandras. Se detendrá también a cualquier ciudadano (o no) que preste su apoyo a este fugitivo

El capitán consideró que ya habían estado allí suficiente tiempo. Fue a la panadería que tenían detrás, pidió otros panes para la travesía y, con calma, él y sus hombres volvieron al barco y, sin prisa pero sin pausa, se hicieron a la mar.
 
A la mañana siguiente, después de un desayuno abundante, Andrasio subió a cubierta. El capitán lo vio y se le acercó.
 
- Buenos días, chico
 
Pero Andrasio vio la cara tan seria del capitán y supo que algo no iba bien. 
 
- Buenos días, ¿qué ocurre?
 
- Necesito que me aclares algunas cosas.
 
Él entendió.

- Quieres saber por qué me fui de Tandras.

El capitán asintió. Andrasio miró al horizonte, mientras se apoyaba en la baranda. A veces lo hacía cuando quería dejar la mente en blanco y olvidar. Pero ahora recordó todo lo que había pasado en la Gran Fortaleza otra vez, como si lo estuviera viviendo.

- Yo era un arquero más y me situaron en la muralla interior. Era la primera vez que estaba en un asalto a una fortaleza. Me hirieron en el brazo izquierdo, pero antes ya tenía la sensación de que algo no era normal
 
Paró un momento y cerró los ojos. Aquello era mucho más doloroso de lo que había pensado al principio.

- La muralla interior tenía más de 8 metros de ancho. La exterior más de 10. Era prácticamente imposible lograr atraversarlas o, por lo menos, era lo que nos habían enseñado todos los instructores que hemos tenido -Cerró los ojos-. Evidentemente, siempre sabemos que no hay nada eterno pero se necesita mucha fuerza para poder penetrar esas murallas. Y, sin embargo, empecé a ver que había quienes gritaban retirada, así que decidí ir a donde estaban los búhos mensajeros para mandar uno al continente con un mensaje sobre lo que pasaba

El chico paró de hablar y el capitán volvió a ver cómo se le caían las lágrimas. Su dolor contenido decía mucho más que cualquier palabra que pronunciase en aquel momento.

- Verá, desde que entré en la Guardia del Fuerte, hubo alguien que me cayó especialmente bien: el Capitán de la Guardia. A mí me conocía de nombre pero en el fondo pensaba que yo era un joven un poco atolondrado que necesitaba madurar. Así que me encaminé al área de la Guardia donde él tenía un puesto de mando: normalmente si querías verlo, sabías que estaría allí, salvo cuestiones urgentes. Pero al acercarme oí voces así que me metí en una especie de armario ropero que había en un lado del pasillo. Poca gente lo sabía pero si entrabas ahí podías ver lo que pasaba dentro de la habitación donde acostumbraba a estar.

Se quedó callado de nuevo y luego dijo con voz ronca:

- No estaba sólo. La rata esa del Gobernador estaba con él: el muy traidor quería que rindiese el castillo pero él se negó y le dio la espalda. Fue muy confiado y ese ser despreciable lo usó: cogió su daga y la clavó en su costado. Supe entonces que tenía que salir de allí lo antes posible y lo conseguí pero ya veo que ese ser despreciable ha tenido tiempo para acusarme a mí de lo que él hizo.

El capitán vio que estaba haciendo un gran esfuerzo por no llorar: sabía que el chico le había dicho la verdad.

- Me imaginaba algo así. Tranquilo, Andrasio, no te vamos a devolver a esa gente. Vamos a terminar esta travesía y, una vez en casa, hablaremos de lo que puedes hacer.

Imagen de Ansgar Scheffold en Pixabay
Le tocó un hombro como muestra de afecto y apoyo y le dejó tranquilamente que descansara y disfrutara de las vistas del mar.

Dos noches después de eso, Andrasio oyó voces en el camarote de al lado y se despertó. El capitán hablaba con alguien más, alguien cuya voz ya había oído alguna vez más en el barco. 

- Así que ahora es un fugitivo a quien han acusado de un crimen que no cometió.

- Así es. Desde luego que es inocente, no me ha quedado ninguna duda. - el capitán parecía estar a la defensiva-. Precisamente por eso no podemos dejarle en ningún lugar del Imperio, ni siquiera en la Isla de Sinarden o en nuestro destino, Esdáloren. Hay que mantenerle alejado de cualquier agente, sobre todo si sigues estando seguro de que va a convertirse en el héroe de nuestra profecía.

Se hizo el silencio. El capitán habló entonces:

- Ahora sólo tiene una posibilidad si quieren mantenerse sano y salvo. Mañana hablaré con él.

Andrasio notó la complacencia del interlocutor del capitán:

- Incluso si lo que te he contado no se hace realidad, sería una adición importante para la causa de nuestro pueblo. Pero no sé si querrá: su pueblo y el nuestro han sido enemigos durante mucho tiempo.

Después de aquello, el sueño le venció y no escuchó nada más de la conversación.

El barco continuaba navegando hacia su destino, el puerto del sudoeste del Imperio: Esdáloren.

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