10 junio 2024

Capítulo XXI: En el bosque de los Ranfredos

Daval aceleró de nuevo y como una exhalación entró en el bosque, obligó a Malaban a desmontar y se sacudió el agua que le caía por las crines.

Imagen de Tomasz Proszek en Pixabay

Sólo entonces Malaban se dio cuenta de que no estaban solos. Un hombre alto, fuerte y esbelto estaba apoyado en un ranfredo gigantesco. Tan grande era el árbol que su copa se perdía en lo alto del bosque. Si todos los demás impedían el paso del agua, siendo magníficos paraguas, aquél árbol podía haber sido la casa de una familia numerosa.

Pero si el árbol era inquietante, aún más lo era aquel hombre. Su pelo tenía mechones amarillos y negros, algo poco habitual, casi se podía decir imposible en un hombre normal. Observó especialmente que tenía un pecho especialmente ancho, caderas estrechas y fuertes brazos y piernas, además de una altura muy superior a la media. Aparte, el pomo de una gigantesca espada le salía por detrás del hombro derecho. Los ojos les miraban fijamente y, aunque no podía asegurarlo totalmente, parecía reírse. Debían tener una pinta espantosa mientras él estaba ahí seco, esperándoles.

- Bienvenidos al bosque de los ranfredos, como vosotros lo llamáis. Soy Nragar -dijo el desconocido, haciendo una complicada reverencia- y os acompañaré a partir de ahora según me ha indicado Eliandar. Debemos ser precavidos. El bosque no es de nadie: sólo es de él mismo y no podemos inquietarle porque si no las bestias que os persiguen serán amables a su lado.

Sin embargo, a Malaban le extrañó no conocer a quien luego sabría que era considerado el más temerario y valiente guerrero de los cinco primeros Interlocutores. Pero sus acciones habían sido siempre rápidas, silenciosas y secretas: la gente sólo había visto los resultados de aquellas, pero a él, debido a su agilidad y rapidez, nunca le habían visto. Era una especie de fantasma: muchas veces ni siquiera sus víctimas y quienes le acompañaban le habían visto. Eso sí: nunca había matado a nadie que no fuera un ser despreciable. No le habían mandado que matase a Slissas, pero siempre pensaba que sería la mejor orden que recibiese en su vida.

Los tres se encaminaron por el antiguo camino de Taranas que llegaba hasta el Gran Río y lo cruzaba, encabezados por Nragar.

Pero esa era sólo la dirección que habían tomado porque atravesaba el bosque y les ahorraría un buen trecho. Se fueron aproximando a un claro, donde aún no habían detectado a otra criatura pérfida y sinuosa, que les esperaba en medio del pequeño lago que se extendía en el claro. A diferencia de otras criaturas de los nigromantes, esta no actuaba obligada, si no por su propio placer. Tenía una cuenta pendiente con Daval que en el pasado la había pateado: aún podía sentir las pezuñas del animal hiriendo su flanco derecho una y otra vez hasta tal punto que perdió el sentido. Pero ahora traía al hombre que era fundamentalmente un lastre: no podía cuidarse solo si no que estaba demasiado impactado por todo lo que había visto y todos sabían que, si bien, su potencial era muy grande, actualmente no sabía ni manejar muy bien la espada.

Por el movimiento del suelo, Slissas notó que alguien se aproximaba, aunque dentro del agua no podía saber bien quiénes eran- y se preparó para emerger…

Daval y Nragar notaron la presencia de Slissas inmediatamente. Malaban miró el colgante y vio que estaba rojo sangre todo él e intentó agudizar el oído y la vista para buscar algún peligro pero sólo vio el lago delante de él. Era un sitio oscuro y frío: los grandes árboles impedían el paso de luz solar e, incluso en los días más luminosos del verano, una gran penumbra rodeaba siempre aquella parte del bosque.

- Tenemos que bordear el pequeño charco pero hacerlo lejos, vamos a apartarnos de él -comentó Nragar.

- ¿Por qué? ¿qué pasa con ese lago? Porque eso no es un charco - dijo Malaban.

- Si tenemos un poco de suerte, no lo veremos: sería lo mejor que nos podía pasar - dijo Daval, que de nuevo era el hombre de melena reluciente -. Es mejor que hagamos caso a Nragar: demos un rodeo.

Encontrada en Pixabay

Nragar, sin embargo, olfateaba. No sabía hacia qué lado ir. Tanto un lado como el otro eran peligrosos y el agua, con el Terror Sinuoso en su fondo, era aún más peligrosa. De repente, se volvió y dijo:

- ¿Qué preferís? ¿osos o lobos? El lago está fuera de la pregunta porque Slissas está vigilante.

- A los lobos creo que ya los hemos encontrado.

- Sí, eso me ha parecido entender. Realmente ni unos son osos ni los otros son lobos, pero así nos entendemos mejor.

- Alguien me tendrá que explicar qué está pasando. Y quién es Slissas - dijo Malaban, cada vez más convencido de que no sabía dónde se estaba metiendo.

- Una vez que lleguemos a Naras tendremos una charla tranquila. Por ahora, ninguno de estos seres se atreve a cruzar el Gran Río ni el Río Azul pero no sabemos cuánto tiempo tardarán en intentarlo. Para ese momento, nos aseguraremos de que podemos alcanzar el final del bosque sin más contratiempos.

- Bajad la voz, oigo algo - Daval se encogió y se pegó al árbol que tenía detrás como a la espera de ser atacado.

De repente, el lago empezó a moverse. Estaban a la sombra de uno de los árboles y la luz de la luna iluminaba el claro. Nragar les indicó que debían subir por las ramas y situarse en la copa de modo que fueran invisibles para quienes fueran por el suelo. Así lo hicieron, vigilando a Malaban que continuaba contrariado por no saber exactamente qué pasaba.

Al final, una cabeza de serpiente de más de un metro de largo, con dos ojos color azul que brillaban como dos piedras preciosas, asomó por encima de la superficie. Malaban quedó petrificado, ni siquiera pudo chillar. Nragar ahogó una risa, él ya sabía lo que había en el lago, Daval le miró enfadado, la situación se complicaba cada vez más: estaba oliendo a los osos y a los lobos, que venían todos hacia el lago a reunirse con Slissas.

La bestia herida apareció por el fondo, aún llevaba las dos flechas que Malaban le había clavado, pero las demás bestias que ahora lo acompañaban no parecían haber sido heridas. Estaba seguro de que algunas de las que acababan de llegar, no les habían perseguido. Al otro lado, un oso de más de dos metros y medio de alto dio paso a otros dos un poco más pequeños que le seguían pero en cualquier caso monstruosos.

- Essstán cerca -dijo Slissas susurrando-. Loss huelo. Siento sus passossss.

- Lo sé - habló la bestia herida-. Hemos venido siguiéndolos desde antes de la Cascada del Olvido

- ¿Y no los habéis alcanzado? -bramó el oso.

- No, el caballo cambiaformas llevaba al hombre a galope tendido, sin descansar. Sabemos que han tenido ayuda pero no hemos podido detectar qué o quién se la ha prestado.

- Cuánto odio a essse animal - dijo Slissas sin perder ni un átomo de su tranquilidad -. ¿Esstán sssolosss el hombre y el caballo cambiaformassss?


- Sí, por lo menos, no hemos visto que se les hubiera unido nadie.


- Y sssin embargo yo he sssentido tres pasos diferentesssss -siseó mostrando los colmillos.

- Al entrar a la cascada que llaman del Olvido los hemos perdido. Si alguien se les ha unido luego, no hemos podido verlos.

- No podemosss atacarlessss mientrasss no sepamosss quiénessss forman el grupo. Ya sssabéis cuálesss son las órdenesss: tenemosss que hacerlos desaparecer de forma que nadie los encuentre y tengamossss el paso de Naras abierto para cuando sssssea necesario.  

Callaron por un rato.

Nragar, Daval Y Malaban estaban expectantes. Nragar lo estaba disfrutando: sabía que no le habían detectado, salvo Slissas pero que ni siquiera la gran serpiente sabía quién era. Iba a ser difícil evitarlos pero no tanto como ellos pensaban. Malaban fue a decir algo pero Daval, con el dedo índice sobre su boca, le indicó que debía callarse. Ahora bien, se habían enterado de que su objetivo era el paso de Naras. Aunque ya habían imaginado que esa era una de las posibilidades, ahora ya sabían que era la alternativa elegida.

Foto de Jan Kopřiva en Pexels

Al final, la gran serpiente no había notado nada singular, lo que la extrañó porque sabía que estaban muy cerca. Al final, decidió que era mejor no hacer nada por el momento:

- Losss noto muy cerca, pero no sé por qué no puedo ubicarlos con precisión. Debéisssss ir cada uno por un lado del bosssque y perseguirlos en campo abierto. Será la única oportunidad que tengamossss para cumplir con las órdenessss de Oberon, el Gran Sssseñor Nigromante.

- Está bien, -dijo el oso-. Nosotros iremos al norte, vosotros id hacia el este

- No me gusta - dijo la bestia-. Dejamos mucho terreno sin cubrir.

- No passssa nada - susurró Slissas -. Necessssitan ganar tiempo para cerrar el paso de Narassss lo antesss posssible y, además, tendrán que actuar en el resto de pasos hacia el norte. NO darán un rodeo que less haga perder el tiempo y encontrarse igual con cualquiera de vosotros.

- Pienso lo mismo -secundó el oso-. Querrán ir lo más rápido posible.

- Está bien -dijo la bestia-. Quedamos en hacer eso pero dejo constancia de que no estoy de acuerdo. El hombre en particular es mucho más de lo que pensáis. Incluso mucho más de lo que él mismo piensa.

- Tomo nota - dijo Slissas-. Ssse lo diré a Oberon.

Con una inclinación de cabeza, se despidieron.

Los lobos se encaminaron hacia el este y los osos hacia el norte. Slissas miró hacia un lado, hacia otro y con un ruido ensordecedor se zambulló en el agua.

Nragar lo había previsto y empujó a los dos al suelo y los llevó corriendo hacia una zona en la que aún los árboles estaban mucho más juntos. Cuando habían recorrido un kilómetro, les ordenó pararse y escuchó atentamente... 

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