Cuando Malaban, montado en Daval, miró hacia atrás no se podía creer lo que estaba viendo. De hecho, cuando vio lo que le perseguía, casi se desmaya: cuatro lobos negros gigantes corrían hacia ellos. A pesar de la lluvia y del miedo que sentía, sólo había algo que le quedó claro desde que los vio: aquellos lobos no eran normales.
Buscó en su macuto pero estaba temblando. ¿Por qué le habían elegido a él? Él sólo quería ser eremita. Un escalofrío le recorrió el cuerpo: sintió algo por dentro pero no era frío, sino miedo. Pensó que no sabía en dónde se estaba metiendo: él sólo había querido ayudar a un pobre anciano que estaba en un lado del camino.
Pero entonces se acordó de lo que le había dicho Elandiar y entendió que era posible que hubiera algo que sí podía hacer. Abrió de nuevo su macuto mientras Daval corría como una exhalación entre los árboles camino de la cascada del Olvido, en el llamado paso de Gardas, porque allí con la caída del agua podrían despistar, aunque fuera por un poco de tiempo, a los terribles lobos.
Malaban vio entonces que allí había algo que no estaba antes: un arco y varias flechas habían aparecido en su macuto y vio también que el colgante era ahora color rojo sangre y suspiró. Al menos se podría defender y comprendió que el color rojo en aquel colgante era sinónimo de peligro. Sin embargo, no era momento de contemplaciones, así que cogió el arco y puso la primera flecha. No sabía cómo iba a dispararlas con Daval corriendo como una exhalación pero se acordó de sus tiempos de juventud y del instructor de los soldados en la ciudad costera de Lioron que les gritaba:
- Poneos en posición, respirad hondo, relajaos completamente y disparad la flecha. Sed uno con la flecha y alcanzará su objetivo.
Pensó en cómo iba a ponerse en posición, con el caballo saltando debajo de él, pero se obligó a darse la vuelta y a respirar hondo y entonces soltó la primera flecha. Se clavó en el más grande de los cuatro pero no sirvió de mucho porque no le había herido de gravedad. La fiera siguió corriendo pero al menos perdería sangre y eso podría ralentizarle, aunque lo dudaba. Sus ojos lo miraban fijamente como si con sólo acelerar ya pudiera matarlo: el escalofrío que había vuelto a tener no fue tampoco sólo por el frío.
Cogió una nueva flecha y volvió a disparar. Ahora sí dio en el blanco y el segundo por la izquierda, uno que podía considerarse de tamaño mediano, cayó con una flecha clavada hasta el fondo en su cabeza.
Daval rió.
- Uno menos -dijo en mitad de su relincho.
Malaban se preguntó cómo sabía que había caído si iba mirando hacia adelante, pero oyó el aullido de la bestia más grande y consideró que haría las preguntas luego.
Cogió una tercera flecha del carcaj que había en el macuto, la puso en el arco, respiró hondo y disparó. La flecha fue rauda hacia la bestia quien lanzó un aullido de dolor al ver que, ahora sí, la flecha le había perforado su peludo flanco izquierdo pero siguió corriendo sin prácticamente que la nueva herida afectase a su velocidad. Sin embargo, un reguero de sangre empezó a caer de donde la flecha se había clavado.
Malaban anotó para sus adentros que debía preguntar a Daval por aquellos lobos. Él desde luego era la primera vez que los veía. Como para que se le olvidase algo así.
De nuevo extrajo otra flecha, volvió a ponerla en el arco y tuvo que limpiarse la frente con la manga de la capa porque la lluvia era cada vez más cerrada y le caía por la cara a pesar de la capucha, impidiéndole bien la visión. Aquello tampoco fue muy efectivo porque llevaba la manga igualmente chorreando agua. Miró hacia delante y vio que cada vez quedaba menos para la Cascada del Olvido, sólo tenía que seguir disparando hasta que Daval pudiese llegar a ella.
Así que sostuvo de nuevo la flecha pegada al arco, respiró profundamente de nuevo, abrió entornando los ojos para evitar el agua que caía incesantemente y disparó. El lobo más pequeño cayó abatido. Pero la bestia seguía sin apenas demostrar cansancio y se fijó en el otro lobo. Se preguntó entonces por qué no lo había visto antes: era prácticamente igual a la bestia, salvo por su tamaño: era un poco menor, pero la expresión era aún más cruel. Se preguntó si eran nigromantes transformados o por el contrario eran siempre así y se quedó ensimismado pensando dónde vivirían aquellos monstruos: se consideraba alguien de mente abierta pero aquello claramente no era muy natural.
Daval relinchó y saltó sobre un tronco enorme que estaba caído entre dos bloques de piedra y él salió de su ensimismamiento. Llevaban un buen rato cabalgando sin descanso con aquellas bestias detrás pero juraría que había ido más deprisa que en todos sus viajes anteriores. Y de nuevo repitió la operación: cogió otra flecha, la puso en el arco, respiró profundamente y acertó en la bestia peluda más pequeña, que aminoró el paso pero siguió corriendo.
Ya veía la cascada a unos pocos cientos de metros y oyó un graznido. Un águila majestuosa y gigantesca bajaba en picado hacia la bestia mayor que corría sin sentir las flechas que llevaba clavadas. El ave clavó sus garras en el lomo de la bestia que se revolvió y a punto estuvo de arrastrarla al suelo y aplastarla. Pero fue mucho más rápida que el lobo herido y levantó el vuelo descolgando las garras del lomo por lo que la bestia simplemente rodó sobre ella misma.
Entonces Daval saltó al río y entró dentro de la cascada transformándose de nuevo en humano y condujo al atónito Malaban hacia la cueva interior, cerrando una puerta de metal. Allí dentro les esperaba un ser con ojos grandes y amarillos cuyos párpados bajaban y subían con rapidez, que hablaba deprisa y en susurros.
- Bienvenidos seáis a mi morada. Yo no puedo acompañaros hasta Naras, sino que debo permanecer aquí defendiendo este paso de las bestias que habéis visto. No podéis salir por donde habéis entrado porque están ahí fuera, oliendo a escondidas. Debéis ascender por la escalera que une esta planta con lo alto de las cataratas y avanzar sin demora hacia el Bosque de los Ranfredos, donde las bestias no es probable que os sigan. Tenéis que tener cuidado, eso sí: nunca se sabe qué otros peligros os aguardarán.
De repente, se fijó en el colgante de Malaban y le dijo sonriendo:
- Ya veo que Eliandar os ha dado uno de los colgantes de la presciencia que ahora es azul porque estáis a salvo, pero se pone rojo sangre cuando su portador está en peligro. Debéis aprender a usarlo: cada color significa una cosa y debéis tenerlo presente. Por cierto, no me he presentado, mi nombre es Salódado, soy el Guardián de la Catarata.
Malaban miró al colgante y luego a Salódado y le preguntó:
- Esas bestias, ¿son nigromantes transformados o son animales reales?
- Ninguno lo sabemos -repuso abriendo y cerrando con rapidez los ojos-. En cualquier caso, debéis poneros en marcha. Seguro que encuentran vuestro rastro en cuanto salgáis a campo abierto. Por eso debéis daros prisa. Pronto encontraréis al tercer compañero. No os asustéis: su aspecto fiero y agresivo esconde a uno de los más valerosos guerreros que el mundo ha conocido. Si es necesario, se empleará a fondo con las bestias que han sobrevivido. Pero no lo enfadéis: su valentía es sólo comparable a sus malas pulgas.
Les condujo entonces hacia la escalera e inmediatamente se transformó en el águila majestuosa que habían visto antes y les acompañó hasta que de nuevo salieron a la lluvia. Malaban se dio cuenta entonces que tenía las ropas secas pero que con la que estaba cayendo, pronto estarían aún más mojadas que antes.
- Lo siento, debo dejaros aquí. Si vuelo, las bestias me verán y sabrán donde estáis vosotros. Debéis partir de inmediato. Dejaremos las formalidades para más adelante.
Malaban volvió a mirar el colgante que de nuevo volvía a tener un color anaranjado que se enrojecía por momentos. Daval relinchó, saltó y montó a Malaban en su espalda mientras se transformaba de nuevo en el bello corcel veloz que había evitado que tuvieran que luchar con las bestias.
Casi al instante, un aullido que helaba la sangre de cualquiera, se oyó en la parte baja de la catarata y Daval apuró el paso, mientras el bosque de los Ranfredos, llamado así por la abundancia de estos árboles frondosos, cada vez se iba acercando más. Malaban se volvió y no distinguió a las bestias aunque estaba seguro de que volvían de nuevo a perseguirles.
Los enlaces a las imágenes se pueden ver si pincháis en ellas.
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When Malaban, riding Daval, looked back he could not believe what he was seeing. In fact, when he saw what was chasing him, he almost fainted: four giant black wolves were running towards them. Despite the rain and the fear he felt, there was only one thing that became clear to him from the moment he saw them: those wolves were not normal.
He reached into his bag but was shaking. Why had they chosen him? He just wanted to be a hermit. A chill ran through his body: he felt something inside but it was not cold, but fear. He thought that he didn't know what he was getting into: he had only wanted to help a poor old man who was on the side of the road.
But then he remembered what Elandiar had told him and understood that there might be something he could do. He opened his backpack again while Daval ran like a madman through the trees on his way to the Oblivion waterfall, in the so-called Gardas Pass, because there with the fall of the water they could mislead, even for a little time, the terrible wolves. .
Malaban then saw that there was something there that was not there before: a bow and several arrows had appeared in his backpack and he also saw that the pendant was now blood red and he sighed. At least he could defend himself and he understood that the red color on that pendant was synonymous with danger. However, it was no time for contemplation, so he took the bow and nocked the first arrow. He didn't know how he was going to shoot them with Daval running like a dart but he remembered the youthful times of him and the instructor of the soldiers in the coastal city of Lioron shouting to them:
- Get into position, take a deep breath, relax completely and shoot the arrow. Be one with the arrow and it will reach its target.
He thought about how he was going to get into position, with the horse leaping beneath him, but he forced himself to turn around and take a deep breath and then loosed the first arrow. He dug into the largest of the four but it didn't do much good because he hadn't hurt him seriously. The beast continued running but at least he would lose blood and that could slow him down, although he doubted it. His eyes were staring at him as if just accelerating could kill him: the shiver he had experienced again was not just due to the cold.
He took a new arrow and shot again. Now he did hit the target and the second one from the left, one that could be considered medium-sized, fell with an arrow stuck to the bottom of his head.
Daval laughed.
- "One down," he said in the middle of his neighing.
Malaban wondered how he knew he had fallen if he was facing forward, but he heard the howl of the larger beast and considered again he would ask questions later.
He took a third arrow from the quiver in his bag, put it on the bow, took a deep breath, and fired. The arrow was swift towards the beast who let out a howl of pain when he saw that, now, the arrow had pierced his hairy left flank but he continued running without the new wound practically affecting his speed. However, a trail of blood began to fall from where the arrow had stuck.
Malaban noted to himself that he should ask Daval about those wolves. It was certainly the first time he had seen them. How could he forget something like that.
Once again he took out another arrow, put it back in the bow and had to wipe his forehead with the sleeve of his cloak because the rain was getting heavier and falling down his face despite the hood, impeding his vision. That wasn't very effective either because his sleeve was still dripping with water. He looked ahead and saw that there was less and less left for Oblivion Falls, he just had to keep shooting until Daval could reach it.
So he held the arrow close to the bow again, he breathed deeply again, squinted his eyes to avoid the incessantly falling water and fired. The smallest wolf fell down. But the beast still barely showed any fatigue and focused on the other wolf. He then wondered why he had not seen it before: it was practically the same as the beast, except for its size: it was a little smaller, but the expression was even more cruel. He wondered if they were transformed necromancers or on the contrary they were always like that and he remained lost in thought wondering where those monsters lived: he considered himself someone with an open mind but that was clearly not very natural.
Daval neighed and jumped onto a huge log that was fallen between two stone blocks and he snapped out of his reverie. They had been riding tirelessly for a long time with those beasts behind him but he would swear that he had gone faster than in all his previous trips. And he again repeated the operation: he took another arrow, put it in the bow, took a deep breath and hit the smaller hairy beast, which slowed down but continued running.
He could already see the waterfall a few hundred meters away and heard a squawk. A majestic and gigantic eagle swooped down towards the greater beast that ran without feeling the arrows stuck in it. The bird dug its claws into the back of the beast, which stirred and was about to drag it to the ground and crush it. But it was much faster than the wounded wolf and took flight, releasing its claws from its back, so the beast simply rolled over on itself.
Then Daval jumped into the river and entered inside the waterfall, transforming back into a human and led the astonished Malaban towards the inner cave, closing a metal door. Inside, a being was waiting for them with large, yellow eyes, whose eyelids went up and down quickly, and who spoke quickly and in whispers.
- Welcome to my home. I cannot accompany you to Naras, but must remain here defending this pass from the beasts you have seen. You can't leave the way you entered because they are out there, sneaking around sniffing. You must ascend the staircase that connects this floor to the top of the falls and advance without delay towards the Ranfredos Forest, where the beasts are not likely to follow you. You have to be careful, though: you never know what other dangers will await you.
Suddenly, he noticed Malaban's pendant and said, smiling:
- I see that Eliandar has given you one of the pendants of prescience that is now blue because you are safe, but it turns blood red when the wearer of it is in danger. You must learn to use it: each color means something and you must keep it in mind. By the way, I haven't introduced myself, my name is Salódado, I am the Guardian of the Waterfall.
Malaban looked at the pendant and then at Salódado and asked:
- Are those beasts transformed necromancers or are they real animals?
- "None of us know," he replied, rapidly opening and closing his eyes. "In any case, you must get going. They will surely find your trail as soon as you go out into the open field. That's why you must hurry. You will soon find the third companion. Don't be scared: his fierce and aggressive appearance hides one of the bravest warriors the world has ever known. If necessary, he will go to great lengths with the beasts that have survived. But don't make him angry: his bravery is only comparable to his bad temper".
He then led them towards the staircase and immediately transformed into the majestic eagle they had seen before and accompanied them until they went out into the rain again. Malaban then realized that his clothes were dry but that the one he was falling into would soon be even wetter than before.
- I'm sorry, I have to leave you here. If I fly, the beasts will see me and know where you are. You must leave immediately. We'll leave the formalities for later.
Malaban looked at the pendant again, which once again had an orange color that was reddening by the minute. Daval neighed, leaped, and mounted Malaban on his back as he transformed back into the beautiful swift steed that had saved them from having to fight the beasts.
Almost instantly, a howl that would chill anyone's blood was heard at the bottom of the waterfall and Daval quickened his pace, while the Ranfredos forest, named for the abundance of these leafy trees, was getting closer and closer. Malaban turned and did not see the beasts although he was sure they were coming back to pursue them again.
Un episodio intenso y agobiante, Mercedes. Sigo buscando más capítulos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Hola Miguelángel: los puedes seguir por orden aquí y no tienes que buscarlos.📖
EliminarOtro abrazo... 🤗