El viaje a través de la Estepa del Viento del Este de Frey Rilaus, en compañía del Chambelán Astano y su guardia, estaba llegando a su fin. Había sido una semana muy dura por aquella vasta extensión de tierra, piedras, algún cactus y temperaturas extremas. Los soles por el día hacían que la temperatura se elevase y ni siquiera los chaparrones que caían en determinados momentos suavizaban la temperatura porque esa mayor humedad unida al calor hacían que viajar por aquella extensión fuera sofocante. Por eso, sólo podían viajar de noche, pero las lunas, que aportaban algo de luz al interminable paisaje inhóspito, no daban calor y las temperaturas bajaban bastante. Era ese contraste lo que hacía que los viajes fueran tan peligrosos por aquella zona, que tampoco era muy grande en extensión.
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Los últimos dos días fueron especialmente duros porque al cansancio de los días anteriores, se unía el conocimiento de la cercanía del río Azul y, por tanto, del puente de Ko-Or-Natu. Un clima mucho más benigno estaba ahí, justo ahí, al lado, lo que aumentaba sus ganas de llegar.
Frey Rilaus era la excepción: estaba muy cansado y sudaba profusamente hasta por la noche. Sin embargo, había dejado de quejarse porque sólo suscitaba la hilaridad de los que iban con él. En el fondo, estaba decepcionado, por una parte; y por otra, sentía un gran enfado. La decepción se debía a las risotadas, las palabrotas y las faltas de educación que los acompañantes del chambelán le dirigían más o menos veladamente de forma continuada, algo que, desde luego, no era propio de gente como ellos. El enfado se produjo una vez que entendió que la Emperatriz viuda no lo esperaba y que además los de aquella comitiva habían sido especialmente elegidos para la invasión del Monasterio y, por tanto, para llevarle a él (o a quien le hubiera correspondido en su lugar) a la capital.
Ello hizo que no tuviera la misma excitación de llegar a la ciudad que cuando salieron del Monasterio. Pero los días pasaron y al final llegaron al puente Ko-Or-Natu. El puente había sido construido hacía más de 500 años y la gran afluencia de barcos y transportes, caravanas incluidas, hacia la capital, lo habían convertido en un floreciente puerto y en una ciudad creciente. Hasta allí los bandidos aún no habían llegado y eso se notaba en el ambiente.
Al pasar la comitiva por el puente, vieron bastantes barcos mercantes en ambas orillas, sin que ninguno destacase en particular. La gran cantidad de mercancías y bienes de lujo que una ciudad como la capital demandaba, hacían necesario mantener vivo ese comercio. Así, los amarres de los barcos se extendían varios km río abajo y un incesante movimiento de caballos, burros y otras reses iban y venían para descargar lo que en ellos se traía.
A cualquier viajero que pasara por allí el colorido, los olores y los distintos sonidos lo harían que mirase embobado durante un tiempo ese continuo ir y venir de personas, animales y mercancías. No así a nuestra comitiva: la mayoría porque estaban más que acostumbrados y Frey Rilaus porque sólo atinaba a pensar en su mala suerte. Sin embargo, en su fuero interno, esperaba ver aquella misma animación en la capital.
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A ver qué encuentran tanto en el monasterio como en la ciudad, Mercedes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Muchas sorpresas... jejeje 😱
EliminarOtro abrazo. 🤗